martes, 30 de diciembre de 2014

POR UN PUÑADO DE GOLOSINAS

DICIEMBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el último cuento del año, el doceavo cuento desarrollado con Timoteo Gonzalo.

Timoteo Gonzalo

POR UN PUÑADO DE GOLOSINAS

Érase una vez tres dulces ángeles que querían nacer y no encontraban ninguna familia a su gusto. Todavía les quedaban cosas por aprender para conseguir el rango de arcángeles y necesitaban volver a la tierra para doctorarse. Después de mucho patear por diferentes Ministerios, se fueron al de “Reencarnaciones y Resurrecciones” para echar una instancia. Al llegar allí pidieron un formulario y, después de rellenarlo, les dijeron que ya se pondrían en contacto con ellos cuando encontrasen a la familia adecuada. Pasaron los siglos y un buen día recibieron la tan deseada llamada. Se presentaron allí los tres ángeles, nerviosos como flanes. Santo Tomás de Aquino, que era el secretario, les mostró un dossier que contenía la información que tanto habían esperado sobre los padres propuestos. Les dijo que aquella carpeta contenía todo lo que les iba a suceder en el futuro a los que serían sus futuros padres. También; que después de examinarlo lo podrían aceptar o rechazar, pero que bajo ningún concepto lo podían revelar a nadie debido a las repercusiones que ello podría conllevar a los propios afectados. Los tres ángeles lo juraron  e inmediatamente se fueron a una mesa retirada para conocer a su futura familia. Abrieron la carpeta con excitación, y uno de ellos comenzó a leer en voz baja:
−“En un pueblo de Soria, cuyo nombre es Quintana Rubias de Abajo, vivirá una familia de conejos muy particular.  Tendrán 8 hijos y  el más pequeño será el más travieso. Éste se llamará Claveles y será el elegido para ser vuestro padre. Claveles tendrá muy buen corazón pero su espíritu inquieto y aventurero le llevará a realizar travesuras arriesgadas, que más tarde le costarán alguna que otra azotaina por parte paterna. Aunque éstas travesuras serán propias de niños de su edad, a su padre, que lo querrá barbaridad, no le dejarán indiferente. Muy al contrario, aún se enfurecerá más cuando alguien se pase por su casa con quejas por algo que su hijo pequeño habría cometido. Contaré dos anécdotas para que se hagan una idea:
Un día, Claveles y sus amigos de la pandilla, llegarán a arrancar todos los tomates y cebollas que había en un huerto, arrojándolos después a un pozo. El dueño del campo, no se sabe a ciencia cierta cómo se enterará, pero el caso es que se presentará en su casa y su padre le tendrá que pagar el desaguisado, no sin antes quitarle el polvo al trasero de su querido hijo en presencia del afrentado agricultor. Otra de las sonadas travesuras por parte del susodicho será que él y su cuadrilla se subirán al tejado de un pajar y tirarán todas las tejas al suelo, rompiéndose todas ellas, claro está. En fin,  así podríamos continuar con cientos y cientos de travesuras de este calibre.
Cuando cumpla los 13 años, Claveles se irá a Barcelona a trabajar de camarero. Allí permanecerá 5 años trabajando en Sans, barrio muy popular y populoso de la ciudad Condal. Como será muy trabajador y honrado, sus jefes le tendrán un gran aprecio. Como dije, los problemas vendrán a raíz de su espíritu aventurero. Allí conocerá a unos conejos que lo meterán en el tráfico de golosinas. Y por aquí le vendrá su perdición, como más adelante veremos… A los 18 años volverá a Zaragoza y se montará un bar en la calle Daroca a medias con un hermano, al que más tarde le comprará su parte y se quedará solo en el negocio cuyo nombre será “Los Numantinos”. Ese mismo año conocerá a Rosita, la coneja con la que se casará. Ella será su ángel de la guarda, el puntal de su casa y su fiel compañera. Él tenía 24 años y ella 19 cuando se casaron y se irán a vivir en un piso madriguera encima del negocio. La familia de ésta era de Monforte de Moyuela, Teruel. Tendrán tres retoños. Después de 20 años trabajando los dos a brazo partido casi las 24 horas del día, decidirán que aquello no era vida y lo traspasarán. Él encontrará un puesto de trabajo repartiendo magdalenas. Después de 5 años realizando esta labor, pasará un aciago día en el que éste estará realizando su labor como siempre y un traficante de golosinas americano se lo encontró. Su nombre es Clint Eastwood. Al verlo lo retará a un duelo a muerte a la antigua usanza, a pistola… A este capo mafioso lo conoció Claveles en Barcelona. Resulta que cuando traficaba con golosinas se equivocó con los cambios al ir a pagar al malvado capo una partida de regaliz, y éste se lo tomará a mal. Y se la tuvo jurada desde entonces hasta aquel  día que, por casualidad se lo encontró repartiendo magdalenas en la Calle García Sánchez. Y fue a por él.  Al chapurrear un poco el castellano, Clint le dirá:
− ¡Eh you! Mi going to matar a tú. −Que traducido al castellano quiere decir: “’ ¡Eh tú! Yo te voy a matar a tú"
Como Claveles sabía que Clint era el más rápido al oeste del Ebro, le contestará:
− ¡Oh, no por favor, fue un error! Me equivoqué con los cambios, te lo devolveré todo, no te preocupes. No era mi intención. No me mates, por favor. Tengo tres hijas que alimentar. No tengo pistola para defenderme…
Pero Clint era un hombre sin piedad. No en balde se había criado en Garrapinillos debido a que era hijo de militares procedentes de Kansas City que trabajaban en la base americana. Por otra parte,  andaba éste un poco duro de oído y no comprendió bien lo que decía Claveles. Clint le prestará una pistola a Claveles y haciendo gala de su falta de escrúpulos y de su aguda sordera, volverá a repetir:
− ¡Mi going to matar a tú! Y no spok  anymore. −Que quiere decir más o menos: “’¡Yo voy a matar a tú y no se hable nada más!”, o algo así.
Se pondrán uno frente al otro mirándose fijamente. Clint tendrá los ojos inyectados en sangre, mas Claveles estará temblando. Entonces, sabiendo Claveles que le quedaban pocos segundos de vida, rezará un padre nuestro y, al disparar Clint, milagrosamente la bala se desviará de su trayectoria al corazón y le dará en la cabeza. Éste caerá al suelo, dándose un coscorrón en la cabeza. Claveles no morirá, pero lo dejará marcado de por vida. A Clint lo meterán en el calabozo, pero al tercer día, sus secuaces asaltarán la prisión y huirá a Cincinnati. A resultas del duelo, la bala se alojó peligrosamente en la región occipital del tubérculo izquierdo de la zona consistorial que lo dejará viendo zanahorias dando vueltas en su cabeza por 3 meses en la madriguera hospital de la MAZ. Cuando éste se canse de contar zanahorias, se despertará y pedirá rábanos. Y así estará 19 meses ingresado en aquel Centro. Apenas podrá reconocer otra cosa que no sea los rábanos y las zanahorias. Apenas podrá dar saltos, ni comer solo, ni asearse por sí mismo, ni hablar, ni nada de nada. Necesitará ayuda para todo. Cuando el médico que lo atienda le dé el alta, le dirá a su mujer: “No me gustaría estar en su pellejo”.  Lo dirá porque él era consciente del trabajo que se le venía encima a Rosita al tener que atender a su marido en casa. Y así será. A partir de aquel momento, la vida  dará un vuelco de 180 grados a toda la familia. Si antes era Claveles el que trabajaba como un mulo para todos, a partir de su vuelta a casa, todos tendrán que arrimar el hombro para sacar adelante a su padre.
La jefa de planta de la MAZ llegará a decir de Claveles: “nunca he conocido a nadie al que le viniesen a ver tanta gente”. Y es que Claveles siempre tenía una palabra amable para todos y será muy servicial con todos. Siempre estará dispuesto a hacer favores a quien se lo pidiera. Por eso sus clientes le apreciarán tanto. De hecho, cuando se acercara al bar para jugar al guiñote con sus amigos en silla de ruedas, siempre habrá alguno que se levantará para cederle el puesto. En el período de tiempo que estará ingresado en la MAZ, conocerá a un conejo que, estando en su misma situación y llevando más tiempo que él allí, le informará sobre un Centro de rehabilitación en la Avd. Goya. Allí conocerá Claveles a Koke, la enfermera de la terapia ocupacional que le enseñará todo lo que el duelo con Clint Eastwood le robó de la mente. Ella será para él como la comadrona que le ayudará a nacer de nuevo. Toda la familia  querrá a esta coneja a rabiar porque le echará una mano a su padre más allá de sus obligaciones como profesional. Como Claveles no se podía mover, ella estará 2 años yendo a su casa para trabajar con él. Por cierto, la madriguera de encima del bar la tendrán que abandonar dado que no tenía ascensor, y en las condiciones que estará Claveles, será de extrema necesidad. Posteriormente se trasladarán a un  piso madriguera que reunía las condiciones necesarias para él, situado en la calle Gomez Laguna.  Como digo, la dedicación de Koke a su trabajo será en cuerpo y alma. Cuando él ya esté bastante recuperado después de esos 2 años de un tremendo esfuerzo por parte de los dos,  nacerá un nuevo Centro cuyo nombre será Atecea y allí continuará el tratamiento. En un principio, este Centro de rehabilitación estaba en el barrio del Arrabal y más tarde se instalarán frente al hospital de la MAZ. Aunque su mejoría  será constatable, Claveles nunca volverá a ser el mismo que era antes. Siempre necesitará la ayuda de su mujer, de sus hijas y de toda la familia y amigos”…
 El dossier aún continuaba largo y tendido, pero no lo puedo transcribir aquí debido a que es una información extremadamente delicada. Cuando el ángel terminó de leer el contenido del archivo, se miraron los tres y decidieron dejar pasar unos días para pensárselo. Al cabo de los cuales, regresaron y le dieron el visto bueno. Firmaron los tres el documento. Los tres estuvieron de acuerdo en nacer en aquella buena familia. Y contentos con su decisión, regresaron a su nube a la espera de que les tocase el turno para volver a la tierra como hembras de conejo. Y cuentan los que las conocieron, que consiguieron el doctorado con matrícula Cum-laude. Y dicen que hoy tienen su propio despacho de arcángeles en el cielo… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
                                                              FIN

miércoles, 26 de noviembre de 2014

DIENTES DE SABLE

NOVIEMBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el onceavo cuento desarrollado con Angel Ramos.

Ángel Ramos


DIENTES DE SABLE

Hubo un tiempo en el que Villamayor fue un pueblo próspero; pero, después del ataque de los extraterrestres en el siglo XXXlV y tres cuartos de la era pasada, aquella zona quedó completamente devastada. No quedaron ni las margaritas para contarlo. Tardó aquel territorio mucho tiempo en regenerarse, pero poco a poco la vegetación fue curando las heridas radioactivas. Con ella fue surgiendo una nueva especie de animales;  producto de la simbiosis atómico-molecular-transgénico-multiforme- congénita. De todas ellas, cuentan que había una que era la reina, por su ferocidad  e inteligencia. Se le llamaba a esta raza “lupus erectus”, y bastaba pronunciar su nombre, para que todos los animales huyeran presas de espanto. Esta nueva especie de carnívoros se expandió rápidamente por todos los continentes y mantenían a raya al resto de la fauna interplanetaria. Dicen que en la zona que antiguamente fue Villamayor, quedó cubierta por una espesa selva. Ésta era el territorio de caza de una vasta  manada de “lupus erectus” extremadamente eficaz por su coordinación en todos los ámbitos. El instinto de territorialidad lo tenían muy marcado y guardaban el perímetro de sus posesiones celosamente. La historia que os voy a contar le ocurrió a uno de sus miembros. Este lupus se llamaba Dientes de Sable. Dientes de Sable era  joven, fuerte, inteligente, simpático, excelente conversador, fiel amigo de sus amigos…  En fin, era todo un ángel para los integrantes de su clan. Siempre le gustaba salir de juerga con los mismos amigos. Con otros integrantes de su manada celebró la tradicional fiesta de los “choperos”, que era la fiesta de los Quintos. Se llamaba así porque tenían que cortar un chopo y esconderlo para que los quintos del año siguiente o”antichoperos”, no lo encontrasen. Con unos y con otros  era con los que siempre se  iba de caza.

Ocurrió en uno de esos días en los que toda la jauría de jóvenes lupus cazaba en su territorio. Entre todos, consiguieron acorralar a un peligroso “Dinociervus mastodónticus”. Dientes de Sable se arrojó al cuello del animal pero, en ese preciso momento, cabeceo con tan mala suerte que, nuestro amigo en vez de morder la tierna carne de su gaznate, clavó sus afilados colmillos en el cuerno del animal y se partió la dentadura.  Se quedó sin dientes, y eso, para un lupus, podía significar la muerte. ¿Cómo iba a cazar a partir de entonces? Y sobre todo, ¿cómo iba a masticar sin dientes?, se decía  él con tristeza. Sus compañeros, viéndole tan apenado, avisaron a sus padres y, juntos,  lo llevaron  a la Cueva de primeros auxilios del Hospital Miguel Servet en donde había un brujo muy reputado cuyo nombre era  Colmillo Retorcido. Se llamaba así porque nació con un diente haciéndole palanca.  Cuando explicaron a éste lo que había sucedido,  el viejo chaman fue a coger sus huesos mágicos con los que adivinaba el futuro. Pero como estaba un poco ciego; en vez de coger los huesos, cogió las cucharillas del café, que también eran de hueso. Después de echarlos al suelo unas cuantas veces,  dijo sin ningún género de dudas:

−A Dientes de Sable lo que le pasa es que tiene una fractura craneoencefálica aguda. Tiene dañado el lóbulo occipital derecho de su cráneo y éste le presiona el cerebro gravemente. ¡Vamos! Lo que se llama en términos seudocientíficos: “Daño Cerebral Adquirido, (DCA)”. Lo cual me lleva a pensar que esto le afectará a corto o largo plazo al movimiento basculante pendular de la parte izquierda del cuerpo metafísico singular y al habla, −dijo el brujo.

Al oír aquello, tanto los padres como los amigos del accidentado se asustaron mucho. Aquella retahíla de palabras que no comprendían no parecía presagiar nada bueno. Entonces, objetaron todos tartamudeando:

−¡Pe, pe, pero si solo se ha roto los dientes,  su excelencia!

A lo que el místico replicó:

−Lo siento. Comprendo su dolor pero esto es lo que hay. Los huesos no mienten. Pero si quieren una segunda opinión, yo conozco a un colega del ramo que por un precio módico os daría su parecer sobre el problema de su hijo…

− ¡Nada, nada!, −contestaron todos al unísono−, ya nos fiamos de usted, señor colmillo retorcido. Pero...  ¡díganos! ¿Qué podemos hacer para que se restablezca nuestro hijo?

−Conozco una Caverna de rehabilitación para lupus con DCA excelente.  Está en la Costa Salvaje y se llama “Guttmán”.  Allí,  en poco tiempo dejarán al cachorro niquelado, como si nada hubiera pasado.  Además, si le decís qué vais de mi parte os harán un pecio especial,  ¿os hace? – les preguntó el anciano.

A lo que no tuvieron más remedio que decir que sí, pues no tenían a nadie a quien acudir. El alquimista les extendió dos recetas: una en la que saludaba a su colega de la Costa Salvaje y le daba su pronóstico sobre la supuesta lesión de Dientes de Sable. Y otra en la que figuraban sus honorarios. Los padres de éste cogieron las dos notas, abonaron lo que se debía y se fueron de la Cueva Hospital con la cabeza gacha y el corazón encogido. Al día siguiente el padre, la madre y Dientes de Sable estaban sentados en el despacho  del curandero Guttmán. Y éste, siguiendo el diagnóstico de su colega, comunicó a sus clientes el tratamiento a seguir… Lo ingresaron aquel mismo día y a la mañana siguiente le colocaron con tornillos la dentadura de un tigre de Bengala con la cual podía masticar y aullar con naturalidad. Los caninos le afeaban un poco porque le sobresalían por fuera de la boca. Los padres de Dientes de Sable se alojaron en la choza de una tía abuela por parte materna mientras su hijo estuvo allí. Tras  2 meses y 20 días de interminables pruebas, ejercicios de recuperación, fisioterapias, análisis neurológicos, etc., le dieron el alta. Al salir de allí, cojeaba de su pierna izquierda y estaba empezando a perder sensibilidad de parte de su cuerpo. Pero él decía:

−Parece mentira, estoy mejor que nunca. Puedo hablar y morder. Es una maravilla…

Al llegar a la entrada de su cueva en Zaragoza; se encontró con una agradable sorpresa: habían colgado un cartel en la puerta que decía: “Bienvenido Dientes de Sable, te queremos”. Entró en su hogar. La mesa del comedor estaba repleta de su comida preferida. Él no entendía nada. De repente, se abrió la puerta de la cocina y salieron de allí sus queridos amigos y sus tíos sonriendo y dándole la enhorabuena por su nueva dentadura. Se abrazaron. Dientes de Sable se emocionó como nunca antes lo había hecho, después de lo cual, pasaron toda la tarde juntos; comiendo, riendo y recordando viejos tiempos.  En el transcurso del día, se pusieron al corriente de las últimas noticias ocurridas en el espacio de tiempo que había estado en Barcelona.

Pasaron 8 meses desde su llegada a Zaragoza y; viendo su madre que no mejoraba, buscó a un druida para que su cachorro recuperara la sensibilidad perdida. Y lo encontró en un lugar llamado Atecea. Allí estuvo primero como usuario y, cuando  consiguió restablecer, en gran medida, las sensaciones de su costado, se ofreció como voluntario para ayudar, en lo que hiciera falta, a otros animales que estuvieran en su misma situación. Aquella experiencia le había cambiado la vida. Aunque no fue fácil para él superar  sus nuevas circunstancias. Hay que decir que si algo tenía Dientes de Sable, era un espíritu combativo. Que no se arrugaba ante las dificultades. Era como un castillo de piedra con un corazón de oro. Con tan solo 18 años de vida, se había enfrentado a bestias más temibles que aquella con la que estaba obligado a luchar, −se decía él.

Esperó un tiempo para tomar aire y, cuando encontró las fuerzas necesarias, prosiguió con  los estudios que había abandonado para irse a Barcelona. Siempre fue un buen estudiante, mas ahora sus expectativas de futuro habían cambiado: antes quería hacer la carrera de psicología, ahora se conformaba con terminar un grado superior de Administración y Finanzas.  Le hacía ilusión  viajar y conocer diferentes culturas. Guardaba con especial cariño en su memoria un viaje que hizo a Punta Cana con sus padres cuando era pequeño y quería retomar esta actividad olvidada. Antes su afecto era solo para los miembros de su manada, ahora su círculo se había ampliado.  En fin, Dientes de Sable seguía siendo el mismo ángel de siempre, solo que ahora se nutría de los pequeños detalles. Quien sabe  lo que me deparará el futuro −se repetía a sí mismo−, pero de una cosa estoy seguro, que lucharé como un león por conseguir mis sueños. Y cuentan los que le conocieron, que hizo grandes cosas por el bien estar de todos los animales. Y dicen los que le trataron; que fue muy,  pero que muy feliz.

FIN

miércoles, 22 de octubre de 2014

JOSÉ, EL RUISEÑOR

OCTUBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el décimo cuento desarrollado con el propio Venancio Rodriguez.


JOSÉ, EL RUISEÑOR

Al rey ruiseñor le iba a nacer su primer hijo. El pobre pájaro estaba en la sala de espera de maternidad hecho un manojo de nervios. Su mujer había muerto en el parto y sólo le quedaba aquel hijo como recuerdo de su amada. Solicitó la asistencia al nacimiento pero, el equipo médico se lo denegó porque preveían que habría dificultades.
Ya llevaba dos horas desde que el huevo entró en el quirófano, y esto no era un buen síntoma; él se esperaba lo peor. Pasó media hora más, cuando de repente, se abrió la puerta del quirófano y de allí salió un pájaro con bata verde y cara de circunstancias. Se le acercó con paso templado y con voz suave le comunicó que todo había salido bien, pero que su hijo tenía un defecto... Le faltaba una pata. 
Aquella noticia le sonó al rey como un cañonazo. Cayó en la silla de sopetón, llevándose las alas a la cabeza. Pensó en su reino, pensó en cómo iba a presentar en sociedad a su hijo y sintió vergüenza. Lo cogió en brazos y en la primera pajarería que encontró, lo abandonó. 
Al llegar al bosque, sus súbditos le habían preparado una fiesta. Pero al ver la cara de tristeza que traía su rey, recogieron todo y cada uno se fue a su árbol en silencio. 
A la semana de haber salido del huevo y gracias a los cuidados de aquellos profesionales, el pollo fue ganando peso y las plumas ya le empezaban a salir por todo el cuerpo. Parecía como si la naturaleza quisiera compensarle por el error que había cometido con él, haciendo que otras facultades se le incrementaran rápidamente.

Un buen día pasó por allí Berta, la hipopótama, que quedó estéril por culpa de una enfermedad venérea que le contagió su marido por su mala cabeza. Y al ver aquel pollito en el escaparate, tan pletórico de vida, tan tierno, tan indefenso... Se enamoró de él y sus instintos maternales la llevaron a iniciar el papeleo para llevárselo sin pedirle opinión a su marido. 
Cuando ya estuvo todo arreglado, se presentó en casa con el pajarillo entre sus patas llena de alegría. Al llegar su marido se lo presentó diciendo: 
─Mira maridito mío, como me dejaste estéril, he adoptado este polluelo. Tienes dos opciones, o aceptarlo y ayudarme a criarlo o irte de casa, ¡tú mismo! ¿Qué vas a hacer? Dímelo pronto porque a partir de ahora tendré mucho trabajo. 
Alberto, que así se llamaba su marido, ante aquella disyuntiva no le quedó otra que decir que sí. No obstante, puso una débil objeción diciendo: 
─Pero, Berta querida, si este animal es de otra especie. ¿Qué pasará cuando se haga mayor? Tendrá problemas de identidad, se hará un lío y nos lo echará en cara. 
Berta, que era muy larga y para todo tenía solución le contestó: 
─Lo que haremos será quitar todos los espejos de la casa y le diremos que es un hipopótamo.

Y así lo hicieron. Le pusieron por nombre José, al pequeño ruiseñor y pensando que era un hipopótamo fue creciendo arropado por los atentos cuidados de Berta y Alberto. 
Creció tanto en estatura como en fracasos. La vida de los hipopótamos se le hacía muy pesada a José para sus pequeñas fuerzas. 
No obstante, José era un artista maravilloso con sus imaginarias patas delanteras, cualquier cosa que se proponía hacer, lo hacía sin ningún tipo de preparación. Incluso llegaba a soñar que con sus patas delanteras podía volar entre los árboles, por las nubes, dejarse llevar por el aire. Era estupendo, pero, esto no se lo podía contar a nadie, debía guardárselo para sí, de lo contrario, se le reirían los que él suponía que eran de su especie. 
A los veinte años conoció a Margarita una linda hipopótama, funcionaria ella del Instituto Nacional de la Seguridad Social. 
Se casaron y tuvieron dos hermosos hiporuiseñores: Amadeo y Helena con (H), Margarita era de educación clásica. 
El nacimiento de sus dos hijos llenó de alegría el corazón atormentado por las dudas y los fracasos de José, e hicieron que se centrara más en su trabajo: La albañilería. 
Era uno de los mejores especialistas en las grandes alturas. Allá donde nadie quería subir, José se encaramaba sin ningún temor. 
Todo iba sobre ruedas como se suele decir, pero la fatalidad o la suerte, según se mire, quisieron que un día cambiara el curso de su vida. 
Se encontraba alicatando una fachada a 80 metros de altura cuando un ruiseñor se posó a su lado y se lo pió todo. 
Al llegar a casa, José contó a su mujer lo que le había pasado aquel día en la obra. Le dijo que un pájaro le había demostrado que él no era un hipopótamo, que era un ruiseñor y le hizo a su mujer unas torpes muestras para corroborar sus palabras. Aleteaba de un lado para otro a lo largo del comedor.

Margarita al ver aquel espectáculo se puso a llorar y le dijo asustada: 
─Tienes que ir al psiquiatra, necesitas ayuda. 
José se echo a reír, y volvió a agitar sus patas delanteras y dar saltos una y otra vez. 
Tanto le imploró Margarita que fuera al psiquiatra que José accedió a ir de mala gana. Pidieron cita en la Seguridad Social y llegado el día, se presentaron los dos cogiditos de las patas y con el corazón encogido. 
Entraron en la consulta y José expuso detalladamente al facultativo lo que pasó aquel día en la obra. El doctor le escuchaba atentamente, analizando todas sus palabras. Al terminar José de contar su historia, el médico sacó su talonario de recetas y se puso a escribir. 
Margarita, toda nerviosa le preguntó: 
─Señor Latifundio, ¿qué le pasa a mi marido? ¿Es grave? 
─Señora, su marido padece un brote de esquizofrenia paranoide. Pero no se preocupe, estas pastillas le irán muy bien, ─contestó el psiquiatra. 
El mundo para Margarita y José se había acabado aquel aciago día. José empezó a tomar aquellas pastillas, pero notaba que lo dejaban atontado y con mucho sueño. Este estado era muy peligroso para desarrollar su trabajo y decidió dejarlas sin que Margarita lo supiera. 
Por otra parte, cuando estaba a solas practicaba el vuelo corto y los saltos. 
En su interior, José se preguntaba si en realidad estaba mal de la cabeza o tenía razón aquel pájaro de la obra.

A medida que el tiempo pasaba, los vuelos cortos se iban alargando más y más y la convicción de que en realidad era un ruiseñor se iba consolidando. Por su parte, Margarita que no se chupaba la pezuña, notaba que su marido ya no era el mismo, lo había perdido y el amor por él también. Ahora le producía miedo, para ella esta situación era insostenible, tenía que terminar algún día no muy lejano, porque de lo contrario, sería ella la que necesitaría ayuda. 
No hacía más que pensar en la separación, pero, estaban los hijos ¿qué podía hacer? 
Un día se armó de valor y fue a visitar a su abogado para que le asesorara sobre sus derechos y obligaciones. Sufría enormemente porque en su interior sentía que iba a abandonar a su marido cuando probablemente más la necesitaba. 
Todo se desencadenó el día en el que Margarita se olvidó las llaves de su despacho en casa. Al entrar en el jardín, vio a José encaramado a la rama de un árbol, y éste al verse pillado “in fraganti”, le dijo: 
─Mira Margarita lo que hago. Y de un vuelo rápido llegó hasta la chimenea de la casa que distaba cincuenta metros en línea ascendente. 
Margarita ya no tuvo dudas. Se fue directamente al abogado y en poco más de una semana estaban los dos firmando la separación delante del juez. 
A esas alturas, José ya tenía claro que no era un hipopótamo, él era un ruiseñor y por lo tanto no tenía sentido seguir con aquel teatro. Estaba claro que era de diferente especie, su voz era más fina, sus patas más pequeñas, su cuerpo estaba cubierto de plumas y sus excrementos eran más pequeños porque, cada cual caga según sus dimensiones. También y sobre todo, que su medio era el aire, su casa los árboles y su lenguaje los trinos. 
Ahora se podía dedicar a lo que toda su vida había anhelado, volar, volar entre los pinos, volar por el aire entre las nubes, dejarse caer en picado y luego subir. En aquellas circunstancias se mezclaban dos sentimientos contrapuestos: por una parte sentía tristeza porque presentía que iba a perder a sus hijos, pero por otra parte, estaba alegre de poder hacer lo que siempre había soñado. 
Solo quedaban tres asuntos que le inquietaban: en primer lugar y el más importante el futuro de sus hijos. En segundo lugar la identidad de sus verdaderos padres. y en tercer lugar aunque no tan preocupante, era el hecho de que nadie ni siquiera él mismo se hubieran percatado de que no era un hipopótamo, de que él, José, era un ruiseñor, pero esto, ya es otra historia,




                                                                       FIN

martes, 16 de septiembre de 2014

NUBE ROJA

SEPTIEMBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el noveno cuento desarrollado con ALFONSO GARCÍA.

Alfonso García


NUBE ROJA

Nube Roja era un león de pocos años que nunca se rendía. Viento que Pasa, que así se llamaba su papá; se ganaba la vida como peluquero de animales. Siempre que sus estudios se lo permitían, nuestro joven león y su hermano, que era mayor que él, se iban con su padre los fines de semana  para ayudarle en su trabajo. Como llevaba mucho tiempo en el oficio y era un artista consumado en lo suyo, el padre de éste tenía muchos clientes repartidos por todo Aragón. En realidad, Viento que Pasa lo que quería era enseñar el oficio a sus hijos por si acaso en el futuro decidían abandonar los estudios. Para desgracia de la familia, un día ocurrió  que su papá tenía mucho trabajo y les pidió que le ayudasen en su labor. Tenían que ir a un pueblo del Pre-Pirineo oscense, concretamente a la Sierra de Guara. Era un pueblo pequeño, medio deshabitado que se llamaba Otín. Resulta que llegaron allí, y como siempre, empezaron la faena. Aquella terrible mañana tenían 3 permanentes, 2 tintes y 4 mechas por hacer con sus respectivos cortes de cabello, pero todo salió mal. Las permanentes quedaron demasiado rizadas, no acertaron con el tono de los tintes, las mechas quemaron el cabello de sus clientes... En fin, todo mal. A los animales de Otín esto no les pareció bien, de modo que se fueron a quejar a Ortiga Picante, la bruja del lugar. Ésta vivía cerca del Dolmen que se encuentra en las inmediaciones del pueblo. Una vez allí, los indignados  cuadrúpedos le comentaron a la hechicera  su malestar por el trato que habían recibido por parte de los barberos que llegaron al pueblo. Al terminar las bestias de exponer su relato, la vieja pronunció un potente conjuro mientras preparaba una pócima a base de cola de lagartija soltera, patas de araña viuda, pelos de mosca recién parida y 3 dientes de murciélago medio moribundo. Lo coció media hora a fuego lento con una rama de mandrágora y les dijo a sus clientes que se lo dieran a beber a los rapabarbas sin que éstos se dieran cuenta. La bruja les advirtió  que tuvieran paciencia porque  el brebaje tardaría en hacer efecto, pero que, sin lugar a dudas, lo que tuviera que ocurrir, ocurriría a las 13 horas de un día cualquiera. Así lo hicieron los escocidos bichos, pero el hijo mayor no bebió del brebaje. Gracias a Dios, se encontraba mal en aquel momento y se fue a la cama pronto. Los tremendos efectos de aquel caldo no se hicieron esperar, para desgracia de aquella feliz familia.
Terminado el trabajo, Viento que Pasa y sus hijos volvieron a Zaragoza. Transcurrió el tiempo y cuando Nube Roja tenía 19 años, sucedió. Habían ido a pasar unos días a Villa la Raya, pueblo natal de los padres, porque eran las fiestas. A poca distancia de allí se encuentra Zampilandia, que estaba en la misma situación festiva. Los dos  pueblos son provincia de Huesca. Una vez que la fiesta decayó en el lugar,  Nube Roja y sus amigos cogieron su “piedramóvíl” y se fueron a Zampilandia para ver si pescaban alguna hembra apetitosa. A media noche, parte de sus amigos se fueron a dormir y quedaron en la aldea  nuestro amigo y un compañero. Pasaron toda la noche y parte de la mañana retozando con lindas leonas del lugar... A las 12 de la mañana volvieron en su piedramóvil a Villa la Raya y, después de parar en el camino para llenar el “piedradepósito” de combustible, tuvieron un accidente con un “pedruscomóvil”, eran las 13 horas. Como resultado de aquel fatídico encontronazo, el joven aprendiz de peluquero se dio un golpe tan fuerte en la cabeza, que lo dejó 35 días contando pajaritos. Y su amigo…, su amigo se fue a la selva del cielo a cazar ciervos en mejores sabanas.
Lo ingresaron en la unidad de cuidados intensivos de la caverna del chaman Miguel Servet de Zaragoza. Cuando Nube Roja despertó de su sueño, de tantos pajaritos como contó, se convirtió en uno de ellos. No conocía a nadie, no podía moverse, no podía decir ni pío. Aquello se  escapaba de los conocimientos del mago, después de mucho tiempo  en aquellas condiciones, cuando ya casi habían perdido toda esperanza de recuperar a su cachorro. Un día, su madre  Hierba Buena  le dio una rosa roja boca abajo. El joven la cogió y le dio la vuelta. Aquel simple detalle llenó de alegría el corazón de los apenados padres de Nube Roja. Nunca antes hubieran pensado que tan sencillo gesto pudiera significar tanto para ellos. Aquel fue el primer síntoma de la mejoría del pequeño. Después de éste, vino otro de particular significación. Al cuarto mes de estar ingresado, estando a solas, el joven Nube Roja le lanzó un débil rugido a su padre. Cuando la madre entró en la habitación y vio la cara de felicidad de su marido, adivinó que algo muy bueno había ocurrido. Él se lo contó y seguidamente le dijo a su hijo que le dijera algo a su mamá, y el pequeño  lanzó otro sutil rugido, aunque con diferente tono. Que un león rugiera a sus padres, se consideraba una falta grave de respeto, pero a ellos esto les supo a gloria bendita. A partir de aquellos primeros adelantos, vinieron más y más. Por insignificante que éstos fueran, todo avance era celebrado como si del mejor premio se tratara. El enfermo no lo sabía; pero mientras estuvo inconsciente, Flor silvestre, la leona con la que estaba arrejuntado en aquel entonces, estuvo visitándole muy a menudo. Al entrar le besaba, saludaba a sus padres, se sentaba un ratito haciéndole compañía y, después de besarle otra vez en la frente, se marchaba. Los amigos de Nube Roja también le fueron visitando de vez en cuando. Eran buenos amigos y lo fueron más cuando éste recuperó la consciencia y supo de la gravedad de su estado. Sabía que sería muy difícil que volviera a ser el mismo de antes. Y con todo el dolor de su corazón le dijo a su amada que no volviera. Le dijo que no quería complicarle la vida, que quería estar solo, que se buscara a otro compañero, se casara con él y que fuera feliz. Le dijo que siguiera con su vida como si nunca le hubiese conocido… Flor silvestre no quería irse, ella lo amaba de verdad. Pero, Nube Roja insistió tanto que al final tuvo que desistir de su empeño. Y con amargura, su amada dejó de visitarlo.
En total, estuvo 10 meses en la cueva del chaman Miguel Servet, después de los cuales le dieron el alta médica. Pero Nube Roja no estaba ni mucho menos recuperado. Al poco tiempo, Viento que Pasa tuvo un accidente y dejó viuda a la pobre Hierba Buena. Fue a las 13 horas, y con esto se cumplió la maldición de la malvada bruja. La mamá de Nube Roja tenía que bregar sola con su hijo, el cual, no podía valerse por sí mismo. Con todo el dolor de su corazón por la dramática perdida de su marido, su madre no se amilanó. Su hijo la necesitaba con urgencia en plenas facultades, y ella hizo de tripas corazón y se dedicó en cuerpo y alma a él. Aunque aquella selva no estaba preparada para entender el mal que aquejaba a Nube Roja, ella no cejaba en su empeño de buscar a alguien que le pudiera ayudar. Hizo lo posible y lo imposible por encontrar a un chaman que pudiera  curar a su cachorro, pero nada. Después de un tiempo, éstos veían que aquel caso se les escapaba y desistían del  empeño. Entretanto, Nube Roja empezó a hacer ejercicios por su cuenta. Se había propuesto recuperar su antiguo aspecto y, en la pared de su habitación, colgó una fotografía de cuando estaba bien para irse comparando. Todos los días hacía cientos de ejercicios. Aunque casi sin poder, salía a la calle solo para ir a ver a los diferentes chamanes que su madre le buscaba. Tenía problemas para recordar el camino de vuelta pero, si algo le sobraba a Nube Roja, era coraje para hacer frente a las dificultades. Al principio le costaba más encontrar las cosas, pero cuando se sentía perdido preguntaba a la gente y ya está. Como su andar era titubeante, a veces llegó a caerse al suelo, pero él se levantaba con mucho esfuerzo y, como si nada hubiera pasado, continuaba su camino. Prefería que nadie le ayudara; quería solucionar sus problemas por sí mismo sin depender de nadie.
Así siguieron las cosas por mucho tiempo hasta que un día  su padre, desde el cielo, le mandó a un ángel para que les ayudara. Una mañana sonó el teléfono en casa de Hierba buena. Ella lo cogió, y una voz desconocida de un león le dijo que estaba reuniendo a todos los familiares de aquejados por daño cerebral. Le preguntó si quería formar parte de la Asociación y ella contestó inmediatamente que sí. Al colgar el auricular, un profundo suspiro brotó de su boca y unas lágrimas mezcla de alegría y dolor manaron de sus ojos.  Y dio las gracias a Dios por escuchar sus plegarias. Tras muchas vicisitudes, aquel grupo de familiares consiguió fundar ATECEA (Asociación de Traumatismo Encéfalo Craneal y Daño Cerebral). Consiguieron, no sin mucho sacrificio, dar a conocer y avanzar en el estudio de algo que hasta entonces era tan desconocido. Cuando Nube Roja estuvo mejor, se alistó para dar charlas sobre prevención vial en los colegios. Le gustaba sentirse útil para los demás. No fue fácil y, aunque aún le quedaban secuelas de aquel tremendo accidente, Nube Roja aprendió a asumir su nueva vida. Y lo más importante, aprendió que toda vida es digna de ser vivida.  
                     

                                           FIN

jueves, 28 de agosto de 2014

LA SEGURIDAD DE FEDERICO

AGOSTO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el octavo cuento desarrollado con RAFAEL GERICÓ.


Rafael Gericó

LA SEGURIDAD DE FEDERICO

Había una vez una tortuga que se sentía muy segura de sí misma. Y vosotros os preguntareis, seguramente, a qué era debida esta seguridad. Pues bien, a continuación voy a contaros la historia de la tortuga Federico y sabréis a qué me refiero:
Resulta que Federico, después de muchos sacrificios, había conseguido pagar su vivienda. Y esto le proporcionaba mucha confianza. ¡Cómo! ¿Que no sabíais que las tortugas también pagan hipoteca? Pues sí, debéis de saber que todas las tortugas no solo tienen que pagar mensualidades al banco, sino que también pagan el impuesto sobre los bienes inmuebles y  demás cargas que como todo propietario cotiza al Ayuntamiento por tener un bien en propiedad. Bueno, a decir verdad, hay dos cosas que no pagan, una de ella es la comunidad y la otra es el ascensor. Pero esto es por razones obvias que son fáciles de comprender, pues  todas las tortugas viven en el entresuelo del chalet que remolcan. Pero por lo demás, como cualquier hijo de vecino. Como os iba diciendo, resulta que esta confianza que le aportaba tener la vivienda en propiedad le repercutía en muchos aspectos de su vida. Le repercutía por ejemplo en el caminar. Desde que Federico había terminado de pagar el último recibo de la hipoteca su forma de caminar había ganado prestancia, no sé cómo explicarlo. Había ganado, había ganado más aplomo, ¿me comprendéis? Antes su paso carecía de estilo, era un paso  pausado y torpe, ¡puf! Ahora era ligero como si no pesara nada. En dos palabras, más elegante. Por otra parte, las notas en el colegio habían experimentado una considerable mejoría. Aquel aporte de firmeza le repercutía en el poder de concentración y retención de las lecciones. También se le conocía aquella mejora en el éxito con las hembras,  debido a que había aumentado de forma exponencial. Antes no se comía una rosca. Las féminas lo evitaban y, después de adquirir la vivienda no paraba de salirle rollos con bellas tortugas que antes ni se le hubiera pasado por la cabeza atacarles. Y mucho menos  proponerles eso, eso que ya saben... Otra de las cosas que había cambiado era el gusto por los deportes de riesgo. Y esto fue lo que le iba a trastocar el curso de su vida. Me explico: resulta que a raíz de ir más suelto económicamente se apuntó en una Asociación de Montañeros para practicar eso que llaman "puenting", (para el que no lo sepa, el "puenting" es aquella actividad lúdica que consiste en que sus practicantes se tiran desde un puente). Pues bien, uno de los domingos que subieron a uno de ellos para practicar este deporte,  después de que sus amigos saltaran, se puso el arnés, se encordó a toda prisa, ató el extremo de la cuerda a la barandilla, se encaramó al filo del precipicio y saltó. Como estaba un poco gordito y  la cuerda era elástica, cuando la soga llegó a su máxima extensión, cedió más de lo previsto y  fue entonces cuando se golpeó contra las rocas partiéndose en dos su concha.
Federico se quedó desnudo y sin casa. Tenía  entonces 10 años, que para una tortuga significa todavía estar en la infancia. Cuando sus compañeros lo vieron allí tirado en el suelo temblando de frío y con un ataque de longevidad aguda con temblores aritméticos acompasados, se asustaron tanto que bajaron rápidamente a socorrer a su amigo. Intentaron meterlo en el coche para llevarlo al Hospital a toda prisa. Pero, aquello no hizo más que aumentar por 10 las consecuencias de aquel aparatoso accidente. Una vez se repuso de la crisis y de las pequeñas heridas que le produjo el percance, Federico volvió a su casa enfundado en dos camisetas. Pero ya no sería nunca más aquel Federico que desbordaba seguridad en sí mismo. Ahora todo le producía temor. Ahora era un mar de dudas. Ahora ya nada era igual. Aquel golpe no solo le quitó su casa sino que le rompió por dentro.  Debajo de aquel puente se quedó la llave de su triunfo en la vida que era la fe en sí mismo. Cuando se enfrentaba a un examen, se quedaba en blanco a pesar de que se lo había preparado a conciencia. A partir del accidente el éxito con el sexo opuesto fue disminuyendo paulatinamente hasta quedar en nada. A partir de aquel horrible día su andar volvió a ser tan aparatoso como antes de la compra de su chalet, he incluso se podría decir que caminaba peor. En fin, cuantos más fracasos tenía Federico, su autoestima más bajaba y más nervioso se ponía cuando tenía que enfrentarse a las dificultades. Y cuanto más nervioso se ponía al enfrentarse a los problemas, peor le salían las cosas. A partir del  aquel incidente se refugió en la familia y especialmente en su padre al que idolatraba. Nuestra tortuga entró en una espiral de la que era imposible salir  sin ayuda. Pero no encontraba una mano amiga que le comprendiera. Los sucesivos fracasos fueron frustrando sus deseos de terminar una carrera a pesar de que era un estudiante excelente. A los 15 años le volvieron a repetir los ataques de longevidad aguda con temblores aritméticos acompasados, pero esta vez eran más fuertes y más habituales. Acudió a infinidad de chamanes y todos le dijeron que su enfermedad le acompañaría toda la vida a no ser que consiguiera encontrar la flor blanca de la paz. Le dijeron que aquella flor sólo crecía en un jardín en la más alta cumbre de lo profundo de cada ser vivo. Y que para encontrarla, tenía que emprender un largo y peligroso viaje hacia su interior. A lo que él preguntaba:
−Sí, bueno, pero ¿dónde se coge el billete? ¿Dónde está la estación para ir hacia adentro? ¿Cómo se hace eso?
Pero nadie tenía las respuestas a estas preguntas. A los 16 años empezó a trabajar en primer lugar recogiendo fruta. Después repartiendo la correspondencia bancaria. Más tarde en la logística de una almacén alimenticio, pero en ninguno de ellos duró mucho tiempo porque cuando se daban cuenta de su problema, o lo echaban, o él mismo se iba sin esperar a que sus jefes lo pusiera de patitas en la calle. Pero aquí no terminaron sus problemas porque, como es natural, un día su padre murió y más tarde su madre. Entonces, Federico se quedó solo. Ya no tenía a nadie a quien acudir cuando estaba triste y desamparado. Bueno sí, tenía una hermana que estaba casada y con hijos, pero ella tenía sus propios problemas y aunque en algunas ocasiones le ayudaba, Federico no quería abusar de la buena voluntad de ésta. Así que cuando cumplió los 25 años, partió a la búsqueda de aquella flor blanca que los chamanes le habían nombrado, aquella flor que estaba dentro de él. Cruzó montañas. Cruzó océanos. Anduvo por selvas, desiertos, estepas y conoció todo tipo de culturas y seres vivos. Hasta que un día; tuvo la suerte de parar en un  poblado en el que vivía alguien que sí  conocía estas flores. El poblado estaba en el fondo de un valle precioso cuyo nombre era  Nuria. En el lugar reinaba una paz y una armonía realmente misteriosa. Se llamaba Atecea, allí  encontró a una ardilla druida que adornaba su testa con un gorro puntiagudo, vestía túnica blanca y portaba en su mano un palo largo a modo de báculo. Ésta  nada más verlo, con voz fina, le dijo:
−No temas. Sé lo que buscas y yo te puedo mostrar el camino.
Al oír éstas palabras, Federico se asustó pues aquel roedor arborícola no le conocía de nada. Pero así fue. En un principio no estaba muy convencido de las buenas intenciones de la maga.  Pero poco a poco y día tras día fue comprobando que lo que le decía la extravagante druida surtía efecto para bien. Fueron muchos los kilómetros que tuvieron que recorrer juntos dentro de Federico. Fueron muchos los peligros a los que se  tuvieron que enfrentar. Y a medida que se acercaban al lugar en donde se encontraba ese jardín al que se referían los chamanes de su infancia y adolescencia, la tortuga iba sintiendo dentro de su corazón  un calor inusitado. Un calor que nada tenía que ver con el bien estar que sintió al tener su chalet pagado. Era una seguridad que no nacía de la posesión de algo sino que era una certeza en sí mismo, en su desnudez, por lo que él era sin bienes inmuebles, sino en cuerpo y alma. Y entonces, un día apareció la flor ante  él,  y se dijo Federico a sí mismo:
−Si siempre había estado ahí, ¿cómo es posible que nunca la hubiera visto? Gracias a Dios por mi historia. Gracias a Dios que he encontrado este valioso jardín y esta flor maravillosa. Gracias a Dios que he vuelto a mi hogar...
Y esta es la historia de la tortuga Federico. Y dicen, los que le conocieron, que se quitó una camiseta y comprobó que erar muy bueno jugando al fútbol. Y a pesar de ser pobre y estar desnudo, se sentía la tortuga más rica del mundo. Y colorín colorado, esta historia, todavía no ha terminado.
                                                                         

   FIN


Ilustración Ángel Joven








viernes, 18 de julio de 2014

LA VERDADERA HISTORIA DE OSAGEP

JULIO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el septimo cuento desarrollado con DAVID LEZCANO.


David Lezcano

LA VERDADERA HISTORIA DE OSAGEP

Ocurrió una vez en un hermoso valle alfombrado de hierba y cruzado por un riachuelo de aguas  cristalinas, en las altas montañas del Pirineo oscense, que una yegua de pura raza Árabe iba a dar a luz. Las contracciones  habían empezado y las patas traseras del potrillo ya se asomaban a través del canal. El papá de aquel que luchaba  por nacer era un águila real y se llamaba Zeus. Allí estaba, todo él nervioso asistiendo en lo que podía al parto que, a decir verdad, era más bien poco pues, como sabéis, las águilas no tienen manos a pesar de que algunas de ellas son reales. Don Zeus le contaba cuentos, le daba conversación sobre temas místicos y le abanicaba con sus alas para aliviarle el dolor mientras que su amada daba a luz. Cuando ya hubo parido, Épica, que así se llamaba la yegua, se levantó del suelo, se dio la vuelta y empezó a lamer a su potrillo para quitarle los restos de la placenta adherida a su pequeño cuerpo. Ella no cabía en sí de gozo al ver aquel trozo de sí misma tan blanco y bien formado, pero el papá, a simple vista, no parecía muy convencido. La verdad es que Zeus esperaba ver a su hijo con alas para poder enseñarle a volar y jugar con él pero, pensó que los dioses le habían castigado por algo que él hubiera podido hacer en el pasado y por eso estaba triste, se sentía culpable. Desde mucho antes de nacer, habían decidido llamarle Osagep en el caso de que fuera macho y así le pusieron. Osagep yacía en el suelo titubeante intentando levantarse para empezar a mamar, pero no podía. Su mamá lo animaba con dulces relinchos y con el morro intentaba ayudarle, pero nada, no había manera. Don Zeus miraba aquella escena ensimismado en sus propios pensamientos mas, en su cara se adivinaba la mueca del desencanto. Después de media hora de intentos fallidos, Osagep consiguió engancharse a las ubres de Épica. Cuando se hubo saciado, se aventuró a dar unos pasos alrededor de su madre. Poco a poco y día tras día Osagep iba ganando fuerzas y sus correrías le iban llevando cada vez más lejos. La verdad es que  era un potrillo de esos que llaman hiperactivo. Don Zeus y doña Épica estaban cansados de repetirle una y otra vez que no se alejara tanto pues los peligros a esas alturas acechaban por todas partes, pero el joven era indomable. Sin embargo, era tan simpático que siempre encontraba la manera de salirse con la suya. Tanto era así que su abuelo le puso por sobrenombre "el bala".

Cuando llegó la hora de escolarizarlo, lo inscribieron en el colegio H.H. de caballos Maristas de Zaragoza. Los papás de Osagep pensaron que lo que necesitaba su hijo era  mano dura para enderezar las malas costumbres que había adquirido allá arriba en la montaña. Pero se equivocaban, no había fuerza en el Olimpo que enderezara a Osagep. Enseguida se hicieron populares sus travesuras, anécdotas y novillos que habitualmente hacía implicando a otros compañeros. Era un líder nato. Los pobres hermanos estaban hartos de Osagep   porque como Atila,  por donde pasaba no crecía la hierba. Dado el exceso de actividad que desarrollaba  el pequeño, decidieron entre los padres y tutores apuntarlo en algún deporte para ver si de esta manera  se apaciguaba su exceso de energías. Osagep pasó por todos los juegos que se practicaban en el colegio y en todos ellos sobresalía. Pero el que más le gustaba era el Balón Mano pero, su carácter rebelde hizo que el profesor y entrenador del equipo un día le propinara una coz  en sus cuartos traseros que le dejó  marcado el hierro de sus cascos para el resto de su vida. Después de esto, decidió practicar el Balón Cesto. Siendo éste último por el que al final se decantó, ya que era el deporte para el que estaba mejor cualificado: ágil, alto, delgado, fibroso, rápido, con mucho nervio  y además tenía una gran visión de juego. Poseía una capacidad anotadora extraordinaria. Tanto era así que, de no haber sido por la altura, lo habrían cogido para jugar con el equipo del CAI, porque a pesar de que era alto para la edad que tenía, no llegaba a la altura que se requería.

En fin, la vida pasaba rápidamente y Osagep iba combinado sus triunfos en el Balón  Cesto con su más que dudosa marcha en los estudios. En realidad,  él sospechaba que los curas lo aprobaban debido a que lo que deseaban era perderle de vista. Como digo, tras pasar con apuros por la EGB, llegó a 2º de BUP el cual suspendió. Y esta fue la excusa que necesitaba para abandonar los estudios e imitar a su idolatrado hermano carnal que estaba haciendo el servicio militar en los paracaidistas. Se alistó voluntario e hizo el periodo de instrucción en Alcantarilla, Murcia. Estando allí comprendió el porqué de lo que sentía al volar. Cuando saltaba, experimentaba algo que no podía explicar pero que era muy grande. Sentía una felicidad aún mayor que la que le proporcionaba las yeguas al copular. Que por cierto, tengo que decir que Osagep era un Don Juan de aquí te espero…

Como iba diciendo, haciendo la mili en los paracaidistas comprendió que lo que sentía era debido a que por sus venas corría sangre procedente de un águila real, su padre, Zeus. Cuando se tiraba desde las alturas era tal el placer que experimentaba, que esperaba hasta el último segundo  para abrir el paracaídas. Los compañeros le decían que no hiciera aquello pues era muy peligroso, pero él no hacía caso. Hasta que un día ocurrió lo que tenía que ocurrir. El golpe que recibió en la cabeza al llegar al suelo fue tan fuerte, que lo dejó en coma por dos meses. Cuando despertó, Osagep había desaparecido. Tuvo que aprender  de nuevo todo, desde lo más simple hasta lo más necesario. Después de 6 meses ingresado en el Hospital, salió. Su familia, sus amigos, los compañeros del colegio y sobre todo, la última novia que tenía le estaban esperando para recibirlo con los brazos abiertos. Entonces comprobó Osagep lo muy querido que era. Comprobó por sí mismo el significado del amor incondicional. En muchas ocasiones, al pensar en ello, se emociónaba. No obstante, al recordar su vida anterior se entristecía porque  lo que más le gustaba en la vida era correr, saltar, trotar y ahora ya no podía hacerlo. Era todavía muy joven y sentía que su vida se había truncado para siempre y maldecía a los dioses por ello. Se sentía mal, aunque en algunos momentos para animarse se decía: “Carpe Diem, Carpe Diem”… Que quiere decir “vivir el momento”.

Ocurrió un día, mucho tiempo después del accidente que empezó Osagep a sentir un dolor insoportable en los flancos, encima de las paletillas. Zeus y Épica lo llevaron rápidamente al Hospital Veterinario muy inquietos y allí lo examinaron de arriba abajo para determinar el origen del mal. Después de pasar por todo tipo de máquinas y pruebas, les aconsejaron que no se preocuparan ya que  lo que le estaba ocurriendo a su hijo era propio de la naturaleza. Les comunicaron que pronto su hijo podría volar, debido a que  le estaban saliendo las alas que de su padre había heredado. Les dijeron también que el dolor agudo remitiría cuando ese nuevo miembro de su cuerpo se hubiera desarrollado todo lo que tenía que desarrollar. Al oír esto, los padres de Osagep no se lo podían creer. Después de todo lo que habían sufrido con su hijo, esta buena noticia no se la esperaban. Se lo llevaron a casa esperanzados en que lo que les dijeron los médicos fuera verdad, y así fue. Con el paso de las semanas, aquel apéndice iba tomando cuerpo, como cuerpo iba tomando también la alegría de sus padres. Una vez acabaron de crecerle aquel par de alas; Zeus, todo excitado de alegría, llevó a su hijo al lugar en donde había nacido. Allí empezó a enseñarle todo lo que sabía con respecto al vuelo. Poco, muy poco a poco Osagep se iba fortaleciendo en cuerpo y alma. Y rápido, muy rápidamente fue aprendiendo todo lo que el padre tenía que transmitirle.

Hasta que por fin,  el milagro se realizó. El hijo de Zeus se convirtió en un excelente caballo volador. Y dicen los que le conocieron que a partir de entonces estaba Osagep tan agradecido, que por donde pasaba crecían las flores. Y  cuentan y dicen los que le conocieron que por donde pisaba, brotaba el amor. Y dicen y cuentan que Osagep se reconcilió con los dioses dándole las gracias por su historia. Sus padres decidieron cambiarle el nombre porque, como había vuelto a nacer, consideraron que lo más oportuno era bautizarlo de nuevo y le dieron la vuelta a su nombre. A partir de aquel momento lo llamarían Pegaso. Pegaso, el caballo volador…

FIN


Ilustrador Ángel Joven



martes, 3 de junio de 2014

ÁNGELA, LA GNOMA

JUNIO DESCEREBRADO


ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el sexto cuento desarrollado con BALBINA.


Balbina

ÁNGELA, LA GNOMA

−Enfermera, páseme la sierra.
− ¿Quiere la motosierra o la manual, doctor?
−No, deme mejor la motosierra. Iremos más rápido.
La enfermera se la acercó y don Tubérculo cogiéndola con fuerza con una mano, con la otra la puso en marcha tirando de una maneta. Apoyó la punta de la sierra en la frente de la paciente y comenzó a abrir el cráneo siguiendo una línea que previamente había trazado. Con mucho cuidado, como solo puede hacerlo un cirujano, primero separó toda la frente, después continuó por encima de la oreja derecha. Y así fue dando la vuelta a toda la cabeza. Cuando llegó al punto en el que había empezado, apagó la herramienta y la dejó en el suelo. Seguidamente  y con sumo cuidado, cogió la parte superior de la testa y tiró de ella. Al momento apareció debajo del casco una masa gelatinosa que correspondía al encéfalo. Alrededor de él, tenía adherido una cosa negra que lo atenazaba. Con mucha paciencia, el doctor lo fue cortando a trozos hasta que consiguió desprender de los sesos los tentáculos del parásito. La operación duro 15 horas. En ella, don Tubérculo se vio obligado a extirpar parte de la masa encefálica debido a que el dejarla allí hubiese supuesto un peligro para la vida de Ángela. Por otra parte, estaba gravemente perjudicada afectando al lado izquierdo del cuerpo y sin posibilidad de recuperación. El médico consideró que la única alternativa posible era extirpar la zona dañada y, así lo hizo. En el lugar en el que había extirpado, para que no quedara hueco,  puso un trozo de tarta de cabello de ángel que había comprado esa misma mañana para desayunar. Viendo que aún así no conseguía rellenarlo del todo y,  aprovechando que su perro Coker Spaniel  color canela hacía poco que había muerto y tenía allí mismo el cadáver, don Tubérculo le extrajo parte del cerebro para terminar de rellenar el de Ángela. Una vez cumplimentado el espacio, volvió a colocar la zona superior del cráneo en su sitio y lo unió con grapas. Para que le fuera más fácil el movimiento en el futuro, le amputó la pierna izquierda y en su lugar le implantó la rueda de la bicicleta con la que iba todos los días a la seta hospital. Y como brazo, le injertó el manillar de la bici. Estaba claro que no le iba a suplantar en todas las funciones de la mano, pero al menos, aquella extremidad le serviría de apoyo para sujetar las cosas y para frenar la rueda. El ojo izquierdo había perdido gran parte de su agudeza; sin embargo, todavía le quedaba algo de su antiguo esplendor. Con lo cual,  don Tubérculo consideró innecesario extraerlo. Pero, estuvo a  un tris de ponerle también el de su perro. Una vez concluida la operación, el médico se volvió a su casa en un pato autobús con la bici a cuestas… Y a la recién operada, la subieron a la unidad de cuidados intensivos de la seta hospital Miguel Servet.
Ángela era una gnoma muy bella, tanto que  tenía a todos los jóvenes gnomos coladitos por ella. Para ser una gnoma, era extraordinariamente alta. De cabellos rubios y sedosos. De escultural cuerpo. Ella se consideraba una payasa, pues le gustaba hacer reír a sus compañeros del colegio y lo conseguía. Una vez, hizo reír tanto a su mejor y más querida amiga, que se le fue el “grifo” como ellas solían decir al pis. La mamá de ésta, tuvo que traerle unas bragas nuevas rápidamente para que se pudiera cambiar... En fin, era muy simpática. Desde pequeñita había deseado servir a los demás y, a los 14 años, cuando terminó la Enseñanza General Básica, empezó a estudiar para auxiliar de clínica, geriatría y puericultura. Una vez acabado, le aconsejaron que hiciera un curso de dietética y nutrición porque decían que tenía mucha salida, y lo hizo; no obstante, la verdad es que le sirvió de poco. También empezó la carrera de Magisterio a la par que trabajaba como enfermera en la seta clínica Quirón de Zaragoza. Mas solo realizó el primer curso porque era demasiado esfuerzo para ella. Considerando que ya trabajaba en lo que toda la vida había deseado, sacarse la carrera de profesora, era un esfuerzo innecesario -pensó-. Después de tres años dedicados en cuerpo y alma a los demás en la Seta Quirón, el médico pediatra que ejercía allí, al verla con aquella alegría le propuso que se fuera a trabajar con él en su seta clínica. Sin pensárselo dos veces dijo que sí, pues estar con niños enfermos y alegrarles la vida era para ella alcanzar sus máximas expectativas en la vida. Tenía 18 años cuando empezó en la seta clínica pediátrica y allí terminó su vida laboral. A esa misma edad conoció en Salou a Pedregal, el gnomo con el que mucho tiempo después se casaría. Él tenía  10 años más que ella; sin embargo,  para Ángela aquella diferencia no era ningún obstáculo. Muy al contrario, le causaba admiración y le hacía sentirse muy femenina salir con todo un señor bien plantado... Un día la invitó a ir al cine y fue la peor experiencia de su vida, porque escogieron una película muy desagradable. Después de aquel intento de acercamiento, dejaron de verse durante mucho tiempo. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos a su infancia: toda la familia de gnomos de nuestra enfermera  vivía en el tronco de un árbol que el río Ebro depositó en la orilla de éste frente a la seta Basílica del Pilar y junto a las piscinas de la seta polideportivo Helios. Ángela tenía una hermana a la que estaba muy unida sentimentalmente que se llamaba Delfina. Siempre estaban juntas y se apoyaban en todo. Aquellos días a orillas del Ebro jamás se le olvidarían. Eran sus goces tomar el sol con el rumor que el agua producía al pasar, chapotear con su hermana, salpicarse, jugar juntas al escondite... ¡Ay! Las cosas propias de la niños. Tuvieron un perrito en casa 15 años, al que pusieron por nombre Bubi. Bubi hacía las delicias de Ángela, ella se empeñó en que se lo trajeran y, continuamente amenazaba a sus padres con que quería tener un hermano, de lo contrario compraría un pastor alemán. Al final le trajeron a Bubi que acababa de nacer y era de una raza que no crecía mucho. La pena fue que cuando ya era viejecito, le dio una parálisis en las patas y lo tuvieron que sacrificar. Ángela lo pasó tan mal que, aún después de muerto, por mucho tiempo estuvo oyendo las pisadas del pobre perro por las noches, como si se acercara a su habitación para dormir a sus pies, como solía hacer siempre. Pero eso no fue lo único que marcó su infancia, en una crecida el Ebro, éste expropió el tronco en donde habían vivido tantos años. Toda la familia quedó en la calle muy apenados al contemplar impotentes cómo las aguas se llevaban con ellas todos sus enseres y los recuerdos más queridos. De allí se fueron a vivir a los bajos de un árbol en un parque cercano. Aunque no era lo mismo, aún así, Ángela siguió con su costumbre de bajar todos los días a tomar el sol cerca de la Seta Helios.
La madre de Ángela era de La Rioja. De una pueblecito que se llamaba Santa Engracia de Jubera. Allí se iban de vacaciones todos los veranos. De aquella época guardaba también muchos y muy buenos recuerdos, pero había uno al que le tenía un especial cariño. Cerca del pueblo había una aldea que se llamaba Santa Cilia en la cima de un monte. En la que solo lo vivía un gnomo. Era un anciano muy especial. De aspecto venerable. De hablar lento. De trato agradable y con el tiempo se hicieron grandes amigos. A ella le causaba mucho respeto. Lo consideraba como el gnomo más sabio del mundo. Y siempre que podía, subía a la aldea para formularle las preguntas que le inquietaban en aquel momento.
Ángela tenía 31 años cuando empezó a salir  con Pedregal  y se casó con él a los 36. No tuvieron hijos, pero teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraba, ella decía que era lo mejor. Aunque sí que le hubiese gustado tener alguno. Su esposo y el marido de su hermana eran hermanos y en su matrimonio, tuvo mucho que ver Delfina porque, sabiendo que se gustaban, propiciaba los encuentros. A los 3 años de casarse, Ángela empezó a sufrir unos pequeños dolores de cabeza. La médica le decía que, o bien eran migrañas o jaquecas lo que padecía y,  le recetaba jarabe de mosca virgen con colas de lagartija viuda y cuatro patas de araña en celo pero los dolores persistían. Después de muchas visitas, la médica accedió a hacerle una fotocopia al trasluz de rayos cósmicos ultravioletas en la cabeza y, entonces se lo encontraron. Era un pulpo tricéfalo que se le había colado por el oído, probablemente mientras dormía a orillas del Ebro.
Cuando Ángela despertó después de la operación, no se reconocía a sí misma. No sabía quién era ni lo que había pasado, aunque con el tiempo fue poco a poco recuperando el recuerdo. Cuando volvió la deseada  normalidad, lo que más lamentaba era no poder dedicarse a servir a los demás y en especial a los niños, pero, ¿qué se podía hacer?-se decía-. Ella aceptó de buen grado el drástico cambio que hubo en su vida, entre otras cosas, gracias al apoyo y la comprensión que en todo momento le brindó Pedregal. Por otra parte, muy al contrario de lo que cabía esperar, su carácter se había, se había, ¿cómo decirlo? Se había "angelizado", probablemente como consecuencia del pastel de cabello de ángel que don Tubérculo le colocó de relleno en el cerebro. De vez en cuando se le escapaba algo parecido a un eructo, aunque en realidad era un ladrido de un Coker Spaniel color canela propiedad del médico que la operó. Y ella, pensando que era un gas siempre pedía disculpas, ¡uy, perdón! −decía riendo y tapándose la boca con la mano.
Debido a las condiciones físicas en las que estaba Ángela, cuando su salud  lo permitió, se fueron a vivir a una seta unifamiliar con rampa y ascensor cerca del seta polideportivo más prestigioso de la ciudad, cuyo nombre era Siglo XXl . Allí conoció a grandes gnomos del deporte que estaban en su misma situación. Entre todos formaron un equipo espectacular que causaba furor en las plazas, terracitas y otros ámbitos... En muchas ocasiones, cuando estaba con sus amigos deportistas riendo y contando cosas intrascendentes, se preguntaba Ángela qué le depararía el futuro. Y os puedo asegurar que día a día lo fue descubriendo y ni en sus mejores sueños pudo imaginar todo lo que la vida le tenía reservado. Tuvo una vida no exenta de sacrificios eso sí, pero plena de ventura, gozo y amor. Pero esto, ya es otra historia...

                                                                          FIN

miércoles, 28 de mayo de 2014

EL EXORCISTA, EL CHIHUAHUA Y GRABIELA

MAYO DESCEREBRADO


ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el quinto cuento desarrollado con BEATRIZ MARCO.


Beatriz Marco Y Venancio 

EL EXORCISTA, EL CHIHUAHUA Y GRABIELA

 A raíz de un fatídico accidente de tráfico, a Gabriela la poseyó el espíritu de un perro chihuahua.
Mientras cruzaba un paso cebra, regulado por un semáforo que para ella estaba en verde, el coche de la Perrera Municipal la atropelló. A Esteban, el conductor del coche, le gustaba conducir rápido. Y lo hacía muy bien pero su perro chihuahua, que en ese momento lo llevaba suelto dentro del coche, se le subió encima y al querer apartarlo, quitó por unos segundos los ojos de la avenida por donde circulaba. Cuando quiso volver a mirar a la calzada, ya era demasiado tarde, no le dio tiempo a esquivar a la niña que cruzaba la calle confiadamente y la atropelló. El golpe la lanzó por los aires a 12 metros de distancia del coche, yendo a aterrizar con la cabeza en el bordillo de la acera. Y allí quedó inconsciente hasta que vino la ambulancia y se la llevó al Clínico. Por su parte, el coche de la Perrera tampoco salió muy bien parado del encontronazo. Al tratar de esquivar a la pequeña, el conductor dio un volantazo haciendo que el vehículo volcara, dando unas cuantas vueltas de campana y dejando el chasis completamente destrozado. A Esteban le tuvieron que dar 20 puntos en la cabeza, enyesar un brazo, una pierna y hacer cuatro implantes en la boca. Pero el que peor parado salió del trance, fue el perro, que murió en el acto.
Después de hacerle las curas necesarias, Gabriela permaneció ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos por dos meses y medio en coma profundo debido a la gravedad de las heridas recibidas, principalmente en la cabeza. El traumatismo craneoencefálico sufrido, era tan severo que le había producido un coágulo que le presionaba el cerebro y hubo que extirpárselo con extrema urgencia. Los médicos pusieron a la familia al corriente de la situación de su hija, sin omitir ningún detalle y sin darles falsas esperanzas de la recuperación de la misma. Advirtieron también a ésta que, en el supuesto de que saliera del coma, la niña tendría unas secuelas impredecibles y que se fueran mentalizando que no volvería a ser la misma persona de antes.
Pasados esos dos meses y medio, un buen día despertó sin más. Y se confirmaron las predicciones de los médicos. Ya no era la misma. Para empezar no conocía a nadie. Su personalidad había cambiado de manera radical. Ahora no hablaba, ladraba. Ahora no andaba normal, quiero decir que no andaba como todo el mundo, sino a cuatro patas. Ahora cuando estaba contenta no se reía, sino que sacaba la lengua y movía una cola invisible. Y cuando iba al baño para hacer pis, bueno, ya saben las costumbres de estos animales... En fin, estas y otras actitudes tenían desconcertado al equipo médico. Nunca se habían encontrado con un caso parecido, después de un accidente de estas características. En el Clínico estuvo tres meses, que fueron un calvario para el personal que la atendía. Los enfermeros se vieron obligados a atarla a la cama, debido a que cuando Gabriela se enfadaba, al primero que se le acercaba le atizaba un mordisco en el primer sitio que pillaba. Esto, unido a que aquel caso, escapaba a sus conocimientos, contribuyó a que tomaran la decisión de trasladar a la paciente a otro Hospital más cualificado, en este tipo de lesiones neuronales.
El Hospital elegido fue uno que había en la misma ciudad de Zaragoza, cuyo nombre era y sigue siendo Praxis. Allí estudiaron su caso en profundidad. Le hicieron todo tipo de pruebas: Análisis psicológicos, neuropsiquiátricos, escáneres, rayos, ecografías, etc... Toda una serie de especialistas muy cualificados la examinaron a conciencia. Y después de muchas reuniones para intercambiar impresiones entre ellos, llegaron a la conclusión de que no sabían qué hacer ni a quién acudir. Estaban desorientados con aquel caso, a la vez que llenos de mordiscos por el mal humor de la paciente.
Un día acertó a pasar cerca de la habitación de la joven, en visita a un familiar, un guarda de la Perrera Municipal que, al oír un ladrido, creyó reconocer a alguien por él muy querido. Entró en aquella habitación, de donde procedían aquellos sonidos tan familiares y comprobó que sus sospechas eran infundadas; pero al darse la vuelta para marchar, la enferma volvió a ladrar.  Entonces, el cuidador ya no tuvo dudas. Allí, tendido en la cama, estaba  su perro Godofredo dentro de la niña. El chihuahua que murió en aquel desafortunado accidente en la avenida Hispanidad. Esteban, que así se llamaba el cuidador,  se le echó encima y se fundieron en un caluroso abrazo. Por su parte, el perrito, quiero decir Gabriela brincó de la cama y se puso a dar saltos de alegría alrededor de su antiguo dueño. A darle lengüetazos. A menear la cola. A ladrar... ¡Ay! Qué felicidad encontrar de nuevo a un viejo amigo, al que ya se le consideraba perdido para siempre. Una vez se saciaron el uno del otro, Esteban puso en conocimiento de los especialistas del Hospital, su descubrimiento. Pero no le creyeron. Para demostrarles que lo que él decía era cierto, tuvo que recurrir a una serie de trucos que el guarda había enseñado Godofredo. Hay que decir que Esteban, además de trabajar para la Perrera Municipal, entrenaba a los perros policías especializados en la lucha antidroga. Después de hacerle pasar a Godofredo por las diferentes pruebas, a las que Esteban le sometió, los médicos ya no tuvieron dudas al respecto. Ahora la disyuntiva era qué se debía hacer, porque esto ya se les escapaba de sus competencias -dijeron los facultativos- . Entonces Esteban contestó:
−No se preocupen. Este problema es de mi ámbito. Yo sé lo que se tiene que hacer. Hay un exorcista canino en Badalona que es una pasada. Se llama Gottman y es uno de los mejores en su especialidad, aunque es un poco caro...
Después de oír todo lo que Esteban tenía que decirles, llamaron a la familia de la joven para ponerles al corriente de la buena nueva. Una vez lo hicieron, el padre de la chica repuso:
−Lo que haga falta para curar a mi hija. Y si es necesario, venderemos la casa para pagar a ese exorcista, no me importa lo que cueste, quiero lo mejor.
Al día siguiente dieron el alta a la joven. Ya no tenía sentido que siguiera ingresada en aquel Hospital. Sus padres se la llevaron a casa y, una vez toda la familia dio su consentimiento por escrito, para seguir aquel proceso, empezaron el trámite burocrático. El primer paso fue pedir permiso a la Sociedad Protectora de Animales, pues este tipo de prácticas tenían que estar muy bien documentadas. Y así lo hicieron. Día a día fueron dando los pasos necesarios para la consecución de los deseos de toda la familia de Gabriela, del equipo médico y de Esteban. Una vez cumplimentados todos los requisitos, convinieron en coger cita para que le practicaran el exorcismo a la chica poseída por el chihuahua Godofredo. Llegado el día, se personó el exorcista en la casa de Gabriela.
 Era un día extrañamente oscuro. La calle estaba entre tinieblas. La luz de una farola mortecina, luchaba a brazo partido por iluminar el umbral de la puerta. Hacía frío. De repente, alguien tocó el timbre de la casa. Abrieron la puerta y, el padre de Gabriela preguntó:
− ¿Qué se le ofrece?
−Soy la exorcista Gottman,  −respondió una voz de pito que salía de una figura que apenas se le adivinaba entre las tinieblas.
−Creí que usted era del género masculino, con ese nombre... –adujo el dueño de la casa.
−Sí, ya se lo dije a mis padres  −repuso la señora−. Que por cierto, era “Culé”, pues tenía un hijo jugando en el Barça. Y este fue el motivo por el que una vez sanada, Gabriela se volviera más Barcelonista que Artur Mas. Tenía su habitación decorada con los colores, símbolos y fotografías de su equipo preferido, el Futbol Club Barcelona.
Baltasar, que así se llamaba el papá de la poseída, hizo pasar a la exorcista al salón y, una vez que se sentaron en el sofá, la puso al corriente de los pormenores de Gabriela. Seguidamente, la Sra. Gottman subió a la habitación de ésta y cerró la puerta tras de sí. Pasaron las horas en las que de la habitación salían ruidos de golpes, palabras gruesas, vómitos, cristales rotos, etc... Los padres estaban atemorizados por aquel escándalo, la verdad. Era ya de madrugada, cuando salió la catalana con los pelos de punta, la cara desencajada y los ojos desorbitados. Se sentó y dijo:
− ¡Jo! Esto costará más de lo que yo pensaba. Pero no se preocupen, por mis muertos que esto lo arreglo yo.
Transcurrieron tres meses y medio, hasta que los efectos de sus conjuros, cánticos, danzas, pócimas y brebajes empezaron a ejercer su efecto. La pobre señora Gottman estaba ya en las últimas. Si la cosa hubiera durado un poco más, a la que hubiesen tenido que internar era a ella. Pero en fin, quiso Dios que todo terminara con bien y ahora Gabriela ya miccionaba de forma natural como corresponde a todas las personas de su género. Y por lo demás, también. Aunque le quedaban  algunas secuelas de su posesión, como era un   pequeño goteo en la nariz, que mantenía a ésta húmeda y fría. Llegado el día del total restablecimiento de la chica, viendo que su presencia ya no era necesaria, la señora de Badalona decidió marchar  a su tierra, y así se lo hizo saber a Baltasar. Éste le preguntó cuánto era lo que le debía por sus servicios. A lo que ella adujo que no, que no quería nada, pues consideraba que lo que se llevaba, era más valioso que su propio trabajo (Esteban y la exorcista se hicieron íntimos)... Pero sí accedió a que le pagasen el mejor siquiatra particular al que iría nada más llegar a Barcelona. Al despedirla en la puerta, Baltasar observó que, mientras se alejaba, de vez en cuando hacía una paradita para rascarse una pierna con la otra, a la vez que  emitía unos sonidos extraños con la boca, mirando a la luna. Pero no le dio importancia a este hecho, debido a que siempre había pensado que las personas que se dedicaban a los exorcismos, eran un poco extravagantes…
                                                 
                                                                                   FIN