miércoles, 28 de mayo de 2014

EL EXORCISTA, EL CHIHUAHUA Y GRABIELA

MAYO DESCEREBRADO


ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el quinto cuento desarrollado con BEATRIZ MARCO.


Beatriz Marco Y Venancio 

EL EXORCISTA, EL CHIHUAHUA Y GRABIELA

 A raíz de un fatídico accidente de tráfico, a Gabriela la poseyó el espíritu de un perro chihuahua.
Mientras cruzaba un paso cebra, regulado por un semáforo que para ella estaba en verde, el coche de la Perrera Municipal la atropelló. A Esteban, el conductor del coche, le gustaba conducir rápido. Y lo hacía muy bien pero su perro chihuahua, que en ese momento lo llevaba suelto dentro del coche, se le subió encima y al querer apartarlo, quitó por unos segundos los ojos de la avenida por donde circulaba. Cuando quiso volver a mirar a la calzada, ya era demasiado tarde, no le dio tiempo a esquivar a la niña que cruzaba la calle confiadamente y la atropelló. El golpe la lanzó por los aires a 12 metros de distancia del coche, yendo a aterrizar con la cabeza en el bordillo de la acera. Y allí quedó inconsciente hasta que vino la ambulancia y se la llevó al Clínico. Por su parte, el coche de la Perrera tampoco salió muy bien parado del encontronazo. Al tratar de esquivar a la pequeña, el conductor dio un volantazo haciendo que el vehículo volcara, dando unas cuantas vueltas de campana y dejando el chasis completamente destrozado. A Esteban le tuvieron que dar 20 puntos en la cabeza, enyesar un brazo, una pierna y hacer cuatro implantes en la boca. Pero el que peor parado salió del trance, fue el perro, que murió en el acto.
Después de hacerle las curas necesarias, Gabriela permaneció ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos por dos meses y medio en coma profundo debido a la gravedad de las heridas recibidas, principalmente en la cabeza. El traumatismo craneoencefálico sufrido, era tan severo que le había producido un coágulo que le presionaba el cerebro y hubo que extirpárselo con extrema urgencia. Los médicos pusieron a la familia al corriente de la situación de su hija, sin omitir ningún detalle y sin darles falsas esperanzas de la recuperación de la misma. Advirtieron también a ésta que, en el supuesto de que saliera del coma, la niña tendría unas secuelas impredecibles y que se fueran mentalizando que no volvería a ser la misma persona de antes.
Pasados esos dos meses y medio, un buen día despertó sin más. Y se confirmaron las predicciones de los médicos. Ya no era la misma. Para empezar no conocía a nadie. Su personalidad había cambiado de manera radical. Ahora no hablaba, ladraba. Ahora no andaba normal, quiero decir que no andaba como todo el mundo, sino a cuatro patas. Ahora cuando estaba contenta no se reía, sino que sacaba la lengua y movía una cola invisible. Y cuando iba al baño para hacer pis, bueno, ya saben las costumbres de estos animales... En fin, estas y otras actitudes tenían desconcertado al equipo médico. Nunca se habían encontrado con un caso parecido, después de un accidente de estas características. En el Clínico estuvo tres meses, que fueron un calvario para el personal que la atendía. Los enfermeros se vieron obligados a atarla a la cama, debido a que cuando Gabriela se enfadaba, al primero que se le acercaba le atizaba un mordisco en el primer sitio que pillaba. Esto, unido a que aquel caso, escapaba a sus conocimientos, contribuyó a que tomaran la decisión de trasladar a la paciente a otro Hospital más cualificado, en este tipo de lesiones neuronales.
El Hospital elegido fue uno que había en la misma ciudad de Zaragoza, cuyo nombre era y sigue siendo Praxis. Allí estudiaron su caso en profundidad. Le hicieron todo tipo de pruebas: Análisis psicológicos, neuropsiquiátricos, escáneres, rayos, ecografías, etc... Toda una serie de especialistas muy cualificados la examinaron a conciencia. Y después de muchas reuniones para intercambiar impresiones entre ellos, llegaron a la conclusión de que no sabían qué hacer ni a quién acudir. Estaban desorientados con aquel caso, a la vez que llenos de mordiscos por el mal humor de la paciente.
Un día acertó a pasar cerca de la habitación de la joven, en visita a un familiar, un guarda de la Perrera Municipal que, al oír un ladrido, creyó reconocer a alguien por él muy querido. Entró en aquella habitación, de donde procedían aquellos sonidos tan familiares y comprobó que sus sospechas eran infundadas; pero al darse la vuelta para marchar, la enferma volvió a ladrar.  Entonces, el cuidador ya no tuvo dudas. Allí, tendido en la cama, estaba  su perro Godofredo dentro de la niña. El chihuahua que murió en aquel desafortunado accidente en la avenida Hispanidad. Esteban, que así se llamaba el cuidador,  se le echó encima y se fundieron en un caluroso abrazo. Por su parte, el perrito, quiero decir Gabriela brincó de la cama y se puso a dar saltos de alegría alrededor de su antiguo dueño. A darle lengüetazos. A menear la cola. A ladrar... ¡Ay! Qué felicidad encontrar de nuevo a un viejo amigo, al que ya se le consideraba perdido para siempre. Una vez se saciaron el uno del otro, Esteban puso en conocimiento de los especialistas del Hospital, su descubrimiento. Pero no le creyeron. Para demostrarles que lo que él decía era cierto, tuvo que recurrir a una serie de trucos que el guarda había enseñado Godofredo. Hay que decir que Esteban, además de trabajar para la Perrera Municipal, entrenaba a los perros policías especializados en la lucha antidroga. Después de hacerle pasar a Godofredo por las diferentes pruebas, a las que Esteban le sometió, los médicos ya no tuvieron dudas al respecto. Ahora la disyuntiva era qué se debía hacer, porque esto ya se les escapaba de sus competencias -dijeron los facultativos- . Entonces Esteban contestó:
−No se preocupen. Este problema es de mi ámbito. Yo sé lo que se tiene que hacer. Hay un exorcista canino en Badalona que es una pasada. Se llama Gottman y es uno de los mejores en su especialidad, aunque es un poco caro...
Después de oír todo lo que Esteban tenía que decirles, llamaron a la familia de la joven para ponerles al corriente de la buena nueva. Una vez lo hicieron, el padre de la chica repuso:
−Lo que haga falta para curar a mi hija. Y si es necesario, venderemos la casa para pagar a ese exorcista, no me importa lo que cueste, quiero lo mejor.
Al día siguiente dieron el alta a la joven. Ya no tenía sentido que siguiera ingresada en aquel Hospital. Sus padres se la llevaron a casa y, una vez toda la familia dio su consentimiento por escrito, para seguir aquel proceso, empezaron el trámite burocrático. El primer paso fue pedir permiso a la Sociedad Protectora de Animales, pues este tipo de prácticas tenían que estar muy bien documentadas. Y así lo hicieron. Día a día fueron dando los pasos necesarios para la consecución de los deseos de toda la familia de Gabriela, del equipo médico y de Esteban. Una vez cumplimentados todos los requisitos, convinieron en coger cita para que le practicaran el exorcismo a la chica poseída por el chihuahua Godofredo. Llegado el día, se personó el exorcista en la casa de Gabriela.
 Era un día extrañamente oscuro. La calle estaba entre tinieblas. La luz de una farola mortecina, luchaba a brazo partido por iluminar el umbral de la puerta. Hacía frío. De repente, alguien tocó el timbre de la casa. Abrieron la puerta y, el padre de Gabriela preguntó:
− ¿Qué se le ofrece?
−Soy la exorcista Gottman,  −respondió una voz de pito que salía de una figura que apenas se le adivinaba entre las tinieblas.
−Creí que usted era del género masculino, con ese nombre... –adujo el dueño de la casa.
−Sí, ya se lo dije a mis padres  −repuso la señora−. Que por cierto, era “Culé”, pues tenía un hijo jugando en el Barça. Y este fue el motivo por el que una vez sanada, Gabriela se volviera más Barcelonista que Artur Mas. Tenía su habitación decorada con los colores, símbolos y fotografías de su equipo preferido, el Futbol Club Barcelona.
Baltasar, que así se llamaba el papá de la poseída, hizo pasar a la exorcista al salón y, una vez que se sentaron en el sofá, la puso al corriente de los pormenores de Gabriela. Seguidamente, la Sra. Gottman subió a la habitación de ésta y cerró la puerta tras de sí. Pasaron las horas en las que de la habitación salían ruidos de golpes, palabras gruesas, vómitos, cristales rotos, etc... Los padres estaban atemorizados por aquel escándalo, la verdad. Era ya de madrugada, cuando salió la catalana con los pelos de punta, la cara desencajada y los ojos desorbitados. Se sentó y dijo:
− ¡Jo! Esto costará más de lo que yo pensaba. Pero no se preocupen, por mis muertos que esto lo arreglo yo.
Transcurrieron tres meses y medio, hasta que los efectos de sus conjuros, cánticos, danzas, pócimas y brebajes empezaron a ejercer su efecto. La pobre señora Gottman estaba ya en las últimas. Si la cosa hubiera durado un poco más, a la que hubiesen tenido que internar era a ella. Pero en fin, quiso Dios que todo terminara con bien y ahora Gabriela ya miccionaba de forma natural como corresponde a todas las personas de su género. Y por lo demás, también. Aunque le quedaban  algunas secuelas de su posesión, como era un   pequeño goteo en la nariz, que mantenía a ésta húmeda y fría. Llegado el día del total restablecimiento de la chica, viendo que su presencia ya no era necesaria, la señora de Badalona decidió marchar  a su tierra, y así se lo hizo saber a Baltasar. Éste le preguntó cuánto era lo que le debía por sus servicios. A lo que ella adujo que no, que no quería nada, pues consideraba que lo que se llevaba, era más valioso que su propio trabajo (Esteban y la exorcista se hicieron íntimos)... Pero sí accedió a que le pagasen el mejor siquiatra particular al que iría nada más llegar a Barcelona. Al despedirla en la puerta, Baltasar observó que, mientras se alejaba, de vez en cuando hacía una paradita para rascarse una pierna con la otra, a la vez que  emitía unos sonidos extraños con la boca, mirando a la luna. Pero no le dio importancia a este hecho, debido a que siempre había pensado que las personas que se dedicaban a los exorcismos, eran un poco extravagantes…
                                                 
                                                                                   FIN