martes, 28 de abril de 2015

EL VALOR DE LA AMISTAD

ABRIL DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS 2015, gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el CUARTO cuento 2015 realizado con Oscar Otín.


EL VALOR DE LA AMISTAD

Miguel abrió los ojos, se levantó y fue al cuarto de baño, se miró al espejo y no se reconocía. Volvió a echarse en la cama y repasó su cuerpo con las patas delanteras para asegurarse de que no le faltaba ningún miembro. Por suerte no le faltaba ninguno. Después se palpó la cabeza y comprobó que la tenía toda ella envuelta con una venda. Le dolía horrores y decidió quedarse quieto. Como no tenía nada mejor que hacer, se propuso recordar lo que había sucedido para llegar a la situación en la que se encontraba: “Él era uno de los últimos linces que había en los bosques de España. Su padre había muerto hacía años. Solo le quedaban: su madre, el padre de ésta y dos hermanos. Uno era mellizo y el otro más pequeño. Su abuelo materno se ganaba la vida viajando con su pequeña familia, de feria en feria, como piloto acrobático; y su madre, de contorsionista. Cuando estalló  la Guerra Civil española, Miguel y su hermano se vieron forzados a alistarse en el bando Nacional. Por esto y porque había estudiado  mecánica de vehículos, éste se hizo aviador y, como primer destino, lo mandaron a la base aérea de Zaragoza.  Un día salió en un vuelo de rutina para inspeccionar los movimientos de las tropas enemigas. De repente, sintió que por detrás de él, alguien le disparaba una ráfaga.  Giró la cabeza y vio a dos aviones modelo “Junkers G 24/K30” del bando Republicano que se abalanzaban desde arriba contra él acribillándole a balazos. Hizo un looping (rizo), con su Caza bombardero ligero “Heinkel He 51”, y se dejó caer en barrena a toda velocidad girando su aparato sobre sí mismo,  mientras se aproximaba vertiginosamente hacia el suelo. Cuando le faltaban unos cientos de metros para estrellarse, tiró de la palanca de mando hasta recuperar la posición normal del avión. Volvió a mirar hacia atrás y comprobó que todavía tenía a sus enemigos pegados a su cola. Entonces, viendo que con aquella maniobra no había conseguido su propósito, decidió poner en práctica algunas de las piruetas acrobáticas que le había visto realizar a su abuelo en sus exhibiciones: Empezó con la maniobra Chandelle. Después la combinó con una hoja de trébol. Seguidamente realizó la maniobra Lomcovák y ésta la enlazó con un ocho perezoso y más tarde con un Tonel rápido negativo bajando. Para finalizar, pensó que haciendo un  Humpty Bump y un Knife flight o (vuelo a cuchillo), que consiste en volar con las alas en plano vertical y  recuperando la posición normal del aparato, haría el giro Immelmann para colocarse en la cola de sus enemigos y abatirlos. Así lo consiguió. Cuando los tuvo a tiro, apretó el gatillo de su ametralladora con fuerza  hasta que los dos aviones empezaron a echar humo de sus motores. Suspirando de  alivio, los siguió con la vista en su caída, pero no sintió alegría de haberlos derribado. Muy al contrario, era consciente de que había matado a dos seres que como él, habían sido forzados a luchar en una guerra que no les concernía en absoluto. Sin saber a ciencia cierta el motivo por el que  tenían que matarse el uno al otro. Miguel observó cómo los dos pilotos se lanzaban en paracaídas mientras sus aparatos seguían cayendo hasta que por fin, en una gran bola de fuego se desintegraban. Sacó sus prismáticos y los observó mientras los dos linces descendían suavemente. No podía ser –se dijo−, a aquellos dos supuestos enemigos los conocía. Uno se llamaba Juan Luis y el otro Sergio, dos de sus mejores amigos con los que a menudo practicaba barranquismo. Decidió echarles una mano porque allá donde iban a caer, era territorio Nacional y en cuanto los cogieran, los matarían con toda seguridad. De modo que, a toda prisa aterrizó justo donde se preveía que iban a caer. Y cuando llegaron sus amigos, se abrazaron calurosamente. Sin pérdida de tiempo, les propuso montar en su avión para llevarlos a un territorio más seguro para ellos. Tras aterrizar, los dejaría marchar con los suyos. Así lo hicieron.  A toda prisa subieron los tres al avión y cuando llegaron a Otín, pueblo que está a poca distancia de Rodellar, aterrizó. Con premura,  Juan Luis y Sergio bajaron del aparato pero, no le dio tiempo a despegar; a Miguel lo hicieron prisionero. Lo llevaron al calabozo a la espera de recibir órdenes del mando superior para saber si lo tenían que fusilar o trasladarlo al Cuartel General hasta que terminase la contienda. Mucho antes de que llegase la orden, sus amigos decidieron dejarlo escapar. Fue al segundo día de estar allí. Era una noche sin luna, llovía. Después de dejar sin sentido al centinela que lo custodiaba: abrieron el calabozo, le dieron una mochila llena de provisiones, ropa, cuerdas, mosquetones, un ocho para hacer rápel, un excelente mosquetón “Lee-Enfield inglés. Calibre .303”, con abundante munición y una linterna. Y sin pérdida de tiempo, se dieron la mano y nuestro héroe desapareció internándose en la oscuridad de la noche.
Miguel conocía aquella zona a la perfección. No en balde había nacido allí y había practicado el barranquismo en multitud de ocasiones por todos y cada uno de sus ríos. Su pretensión era llegar a Zaragoza pero no podía ir en línea recta porque todo aquel territorio estaba infestado de milicianos de la columna Martínez de Aragón. Decidió ir por las montañas hasta el Salto de Roldán. Después trataría de llegar al embalse de Arguís y una vez allí, bajar por el cauce del río hasta Huesca. Si conseguía llegar, estaría salvado porque esa ciudad oscense pertenecía al grupo sublevado. Pero no fue así. Hizo todo el viaje por las montañas y a campo través hasta llegar a Zaragoza. Viajaba de noche y durante el día procuraba descansar. Bajó barrancos, escaló paredes, subió montañas, estuvo en multitud de ocasiones al borde de la muerte, se internó en profundas grutas en donde, en una de ellas conoció a una bruja muy poderosa a la que salvó la vida y que en agradecimiento, le dijo que si algún día necesitaba ayuda, no dudara en pedírselo. Que con mucho gusto haría por él lo que hiciera falta… En fin, después de todos estos acontecimientos; una noche, al llegar a Zuera cogió una bicicleta y salió del pueblo a todo correr en dirección a la capital aragonesa, procurando evitar las carreteras principales.
Llegó a la ciudad de madrugada. Tuvo que dar un rodeo porque estaba sitiada. Entró por la carretera de Fuentes de Ebro pero, tuvo tan mala suerte que, al cruzar la avenida Miguel Servet, un coche lo atropelló. El fuerte golpe recibido lo lanzó contra la vitrina de una tienda, rompiendo el cristal con la cabeza. Miguel cayó al suelo muerto. Tenía un traumatismo cráneo encefálico severo y parada cardio-respiratoria.  El hipopótamo que lo atropelló, llamó rápidamente a los bomberos, los cuales se presentaron allí en 5 minutos. Al ver la situación del herido, le pusieron una inyección de adrenalina y le practicaron el masaje cardiaco. Una vez estabilizado, se lo llevaron urgentemente al Hospital Miguel Servet. En total estuvo 9 minutos muerto. Un poco más y no lo hubiera contado. Viendo la gravedad de sus lesiones, los médicos le provocaron el coma inducido por 2 meses”.  Cuando su estado mejoró y después de que Miguel saliera del coma, abrió otra vez los ojos y allí estaban sus amigos: Juan Luis y Sergio que habían desertado del ejército. Con el tiempo, los dos se hicieron enfermeros con la especialidad de terapia ocupacional para poderle echar una mano a su querido amigo.
Gracias a la extraordinaria fortaleza que tenía, y gracias a la ayuda moral y física que le bridaron Juan Luis y Sergio, Miguel se recuperaba con gran rapidez del desafortunado accidente. También la familia, sus amigos de toda la vida y el hipopótamo que lo atropelló tuvieron mucho que ver en la pronta recuperación del mismo. La verdad es que Miguel era un lince que se hacía querer por sus congéneres pues, tenía un alto sentido de la amistad.
Aunque su restablecimiento fue formidable; sin embargo, le quedaron secuelas que le imposibilitaba volver a volar. Y en cuanto la Guerra Civil española terminó, le otorgaron la medalla al valor y le dieron la invalidez absoluta. No obstante, él no dejó en ningún momento de ayudar en lo que estuviera en su mano a los demás. Quería sentirse útil. Se alistó como voluntario en una escuela  para aviadores, cuyo nombre era Atecea. Y allí daba clases a los nuevos aspirantes a pilotos de combate. De esa manera tenía la oportunidad de volver a volar y surcar el cielo. Mientras volaba, él se sentía libre de todas las ataduras e impedimentos que aquel terrible accidente le ocasionó. Allí arriba era como un pájaro, podía hacer todo lo que se le antojara y por ello, se entregó en cuerpo y alma a su afición. Por otra parte, Miguel era un lince muy inquieto y no paraba de leer, consideraba que el conocimiento era muy importante. No solo para cultivarse a sí mismo, sino porque solo cuando uno tiene el conocimiento lo puede transmitir a los demás. Para él, el saber era una herramienta maravillosa con la que podía trasformar el mundo.
Un día, mientras estaba ejerciendo sus deberes como instructor de vuelo, recordó las palabras de la maga a la que le salvó la vida en la Sierra de Guara, y pensó: “¿Y si le pido a la bruja que me convierta en un pájaro?”. Esta idea fue tomando consistencia en su cabeza, hasta que se decidió a dar el paso. ¿Qué podía perder?, −se decía−. Y así fue,  se presentó de nuevo en la cueva donde vivía la meiga, le explicó lo que quería y la hechicera preparó el brebaje para saldar la deuda que había contraído con el lince. Una vez hecha la pócima, Miguel se la tomó y a los pocos minutos, se vio convertido en una hermosa águila real. Salió de la gruta volando y volvió a poner en práctica todas las piruetas que su abuelo materno le enseñó. Y era tan indescriptible su alegría, que no hay palabras para poderlo narrar. Aquel día regresó en un vuelo a Zaragoza y explicó a todos lo que había ocurrido. Aunque, en un primer momento no daban crédito a lo que estaban oyendo, después de descubrirles secretos de su infancia que solo él podía saber, todos quedaron convencidos de la verdad. Solo había una cosa que les inquietaba: y era el hecho de que a partir de entonces los mundos de Miguel, su familia y sus amigos se había dividido. Y solo Dios podía saber qué era lo que el futuro les deparaba. Pero esto, ya es otra historia.

FIN

miércoles, 25 de marzo de 2015

EL CORAZÓN DE ALEJANDRA

MARZO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS 2015, gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el TERCER cuento 2015 realizado con Teresa Colón.


EL CORAZÓN DE ALEJANDRA

Cuenta una antigua leyenda que en Alcañiz un viejo brujo se enamoró perdidamente de una bella dama. Al no ser correspondido, le dio a beber un brebaje para que la joven quedara prendada de sus raros encantos. Y digo raros por prudencia; no quisiera asustar a los que, inocentemente, pudieran estar leyendo esta terrible historia. La verdad es que su aspecto era monstruoso. En fin, para que se hagan una idea y, como dato histórico por si algún día la ciencia decide investigar sobre los acontecimientos que a continuación voy a relatar, describiré a dicho personaje aunque omitiendo lo más espantoso, por pudor: Tenía una joroba triple en la espalda, una encima de la otra. La segunda, un poco ladeada a la izquierda si lo mirabas de frente. Y coronando a ésta,  otra joroba en forma de seta. Adornaba su cara una nariz prominente que, cuando la movía, más parecía un pimiento blandiendo el viento que una napia. Su boca estaba habitaba por un escueto diente que, por su aspecto, daba la impresión de estar de luto porque su atuendo era negro como un pecado. Como consecuencia de haber pasado la viruela, su cara parecía un campo de rábanos recién recolectado. De pequeño tuvo un accidente en el que perdió una pierna, pero como era un tipo muy apañado, se adaptó el tronco retorcido de un olivo. Su cabeza, ¡Ay su cabeza! Padecía  de hidrocefalia desde pequeñito. Con lo cual, su testa había adquirido unas proporciones monumentales. Claro está que a la bella joven se le revolvía el estómago la sola idea de que aquel viejo la pudiera ni siquiera abrazar. Como digo, le dio a beber aquella pócima que él mismo había preparado pero no surtía el efecto deseado; y probó con otro y después con otro y otro más. Pero nada, no conseguía sus fines. Viendo el hechicero que toda su ciencia no bastaba para conseguir sus objetivos, pensó en llevarla a Zaragoza en donde conocía a un colega más poderoso que él. Le dio a beber un mejunje para dormir y se la llevó en el asiento trasero de su escoba. Cuenta la leyenda que al pasar por el pueblo de Hijar,  tuvo un accidente con otra escoba que salía de llenar el depósito de combustible. En aquel tiempo, el código de circulación aérea para escobas no exigía el cinturón de seguridad en la parte trasera de los vehículos biplazas. Alejandra, que así se llamaba la bella dama, salió despedida por la parte delantera del utilitario. Mientras iba volando, viendo el brujo que se iba a dar un tremendo golpe de impredecibles consecuencias al aterrizar sobre el asfalto, pronunció unas palabras mágicas y la convirtió en una tortuga. Cuando llegó al suelo, la concha la salvó de males mayores pero no pudo evitar darse un golpe en la cabeza que la dejó grogui. Además, ocurrió que con las prisas, se equivocó de sortilegio y pronunció el de efectos permanentes. Alejandra quedó convertida sin saberlo en una tortuga para siempre. Mientras todo esto ocurría, ella estaba dormida. Viendo el hechicero el resultado de su maldad, volvió volando en su escoba biplaza a Alcañiz, la dejó en su domicilio y sigilosamente desapareció por donde había venido.

Cuando llegaron los padres de Alejandra y vieron  a su hija tendida en el suelo del comedor convertida en una tortuga; la recogieron asustados y  la llevaron a toda prisa al hospital Veterinario Miguel Servet, de Zaragoza. Allí estuvo 8 meses ingresada hasta que recobró el conocimiento. Los médicos hicieron todo cuanto pudieron, pero aquel caso se les escapaba de sus conocimientos. Un día, antes de darle el alta médica, la reina de las ninfas del bosque de Atecea se presentó en su habitación para darle ánimos, y le dijo:

−He venido expresamente para decirte que a partir de hoy y para el resto de tu vida velaremos por ti todas las ninfas del bosque. Nunca estarás sola. Aunque no nos veas, siempre habrá alguna de nosotras que te cuidará. De modo que no desfallezcas. Cuando quieras ven a vernos que haremos por ti todo lo que esté en nuestras manos. Mejorarás de tu mal y un día, cuando la paz llegue a tu corazón, conocerás a un ser que te hará inmensamente feliz. Formarás tu propia familia y tendrás hijos. Sabemos por todo lo que has pasado. Ahora te queda un largo camino que recorrer: esfuérzate y sé valiente que nosotras estaremos siempre contigo, mi querida tortuga.

Después de decir aquellas palabras, desapareció. No hace falta decir que aquella visita llenó de alegría el corazón turbado de Alejandra insuflándole nuevas energías para enfrentarse al toro al que tenía que lidiar en un futuro no muy lejano. Debido a su nueva condición de tortuga, tendría que acostumbrarse a vivir en su nuevo cuerpo y educarlo para suplir sus necesidades. Al poco tiempo de aquello, la mandaron para casa y a partir de entonces no dejó de hacer ejercicios de recuperación: terapia ocupacional, logopedas, fisioterapia… Y siempre que le quedaba tiempo, iba a nadar a la piscina y por las noches escribía en el ordenador. En su mente sólo tenía una idea: ser independiente. Luchaba a brazo partido por conseguirlo. Después de un tiempo, las ninfas del bosque ayudaron a su madre a conseguir que la atendiera la diosa de la salud, Hígia. Que tenía una clínica en Badalona, cuyo nombre era Guttman. Allí se trasladaron las dos con la intención de hacer todo lo que fuera necesario para que Alejandra recuperara su antiguo aspecto. Al presentarse delante de la diosa; ésta le puso las manos en la cabeza y, de repente, entró en un estado de trance: empezó a dar convulsiones y espasmos. Hizo aspavientos con sus manos como si estuviera cazando moscas. Y su cuerpo se movía de una forma frenética, como si bailara al son de una música infernal que solamente ella podía oír. Después de tres cuartos de hora en aquel estado, Alejandra y su madre estaban espantadas. En un momento dado, Hígia se paró en seco, por unos segundos se hizo un silencio sepulcral, entonces, abriendo la boca dijo:

−Tengo sed.

Madre e hija se miraron estupefactas de incredulidad pues nunca se habrían imaginado que una diosa tuviese las mismas necesidades que un simple mortal. Una vez hubo saciado su sed con una lata de cocacola, Hígia les comunicó de esta manera lo que ya sospechaba por su cualidad de deidad vidente:

−Alguien, con no muy buenas intenciones, te ha hecho un trabajito mi querida niña. Un brujo con poderes extraordinarios te ha echado un conjuro perpetuo, que se dice en términos “hechiceriles”. Lo único que yo puedo hacer por ti es ayudarte a que tomes el control de tu nuevo cuerpo. Pero me temo que será imposible conseguir recuperar tu antigua condición de ser humano. Incluso para los dioses del Olimpo hay cosas que nos resultan inalcanzables de realizar, ¿sabes? De modo que esto es lo que hay. Si quieres empezamos hoy mismo. Pero, he de decirte una cosa muy importante: aquí se viene a trabajar, tanto tú como nosotros. Si crees que has venido de vacaciones, será mejor que no nos hagas perder el tiempo y te marches por dónde has venido, ¿está claro?

Aquel tono tan estricto y seco por parte de Hígia le inspiraba confianza. Alejandra sentía que había caído en el lugar indicado. Por otra parte, trabajar no le daba miedo. Es más, era lo que estaba deseando con todas sus fuerzas. Allí estuvo 8 meses adiestrando su cuerpo como si fuera un guerrero Samurái. Por las tardes se iban a la piscina madre e hija para continuar con el tratamiento y por las noches seguía escribiendo con el ordenador. Cuando ya le dieron el alta médica, tanto en el aparthotel en el que vivían como en la clínica les habían cogido mucho cariño a las dos. Su madre siempre que podía ayudaba a otras personas que estaban allí ingresadas en todo lo que podía. Al llegar a Alcañiz, sin pérdida de tiempo, fueron a hablar con las ninfas del bosque de Atecea para continuar con su recuperación. En un principio fue de forma ambulatoria, iba y venía de Alcañiz a Zaragoza casi todos los días. Hasta que, aconsejada por la reina de las ninfas, retomó sus estudios. En aquel tiempo realizó varios trabajos: primero en la EXPO de Zaragoza como hada madrina. Después como auxiliar administrativo en el despacho de una pitonisa y, finalmente, consiguió entrar como aprendiz de ninfa en el  hospital Palafox para aburridos con demasiado tiempo libre. Aquí fue muy feliz porque le hacía ser útil a la sociedad además de ser independiente. Alejandra era toda una luchadora y no quería vivir a costa de nadie. Ella consideraba que lo que había vivido hasta aquel momento era una experiencia  muy dolorosa, pero aquello le había servido para ser mejor de lo que ya era. A pesar de todo, decía ella:

−ser tortuga me gusta: aunque la vida corre más veloz que yo, he aceptado de buen grado que mi ritmo es otro. Que mi comida es otra, que mis gustos son otros, etc. Y le saco el máximo partido a las capacidades que un animal como yo, tiene. −Llegado ese momento, un día se armó de valor y le dijo a su antiguo novio:

      −Mira Nicodemo: yo ya no soy la misma de antes, ahora soy de otra especie que tú. La situación ha cambiado completamente. Yo soy una tortuga y tú eres un hombre. Yo no te puedo seguir en tus gustos y tampoco quiero que estés conmigo por compasión. A ti te gusta subir a la montaña, caminar rápido y yo no puedo. ¿Qué te parece si terminamos con lo nuestro?

Nicodemo, bajando la cabeza se lo pensó por unos segundos que parecieron eternos. Después de los cuales, dijo:

−Sí, tienes razón. Lo mejor es que lo dejemos estar.

A pesar de que Alejandra tenía claro lo que estaba haciendo, la respuesta de su novio le partió el corazón. Era un buen chico. Los mejores años de su vida los pasó con él. De él guardaba recuerdos imborrables. Durante toda la recuperación había estado acompañándola. No la dejó ni un momento, incluso fue alguna vez a verla cuando estuvo en Badalona. No tenía nada que reprocharle en ese sentido. Pero, Alejandra consideraba que las circunstancias habían cambiado notablemente y había que tomar esta decisión por dolorosa que fuera. Y decidió hacerlo con una pregunta, para que fuera él quien diera el paso. Ella se la puso en bandeja y él aceptó el envite. Nunca más se vieron.

Y cuentan los que la conocieron, que se casó con un ser divino, como ella. Tuvo dos tortugas preciosas y fue muy feliz. Y dicen los que saben de esta leyenda que con el tiempo llegó a ser una ninfa del Ebro. Y cuentan que, a veces, en los días apacibles, se la puede oír cantando en la orilla del río, frente al Pilar. Y si se presta un poco de atención, incluso se la puede ver bailando encima del agua. Y se rumorea que,para todos los transeúntes que pasean tristes por la orilla del Ebro, ella siempre tiene una palabra de consuelo.


                                                                       FIN

martes, 24 de febrero de 2015

EL SUEÑO DE MOISÉS

FEBRERO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS 2015, gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el SEGUNDO cuento 2015 realizado con Jesús Ponz.


Jesús Ponz


EL SUEÑO DE MOISÉS

Había una vez un gato alcañizano que deseaba ser un hombre. Un día, estando observando la luna encima de un tejado, le entró un extraño sopor que lo dejó dormitando tendido bajo una teja al borde de una pared que daba a un callejón. Aquella misma noche, Moisés, que así se llamaba el sujeto, tuvo un sueño que le iba a cambiar la vida. Esto fue lo que soñó el minino:
−“Se vio convertido de repente en un niño que estaba de pie a la orilla del mar. Frente a él, un sendero ascendía hacia un lejano monte. En la cima del mismo se podía divisar un cartel en el que se adivinaba un texto que no alcanzaba a leer debido a la distancia. Abriéndose paso entre una espesa maleza y una accidentada geografía, sin dejar rastro,  iban transitando por él multitud de seres sin rostro. Una voz misteriosa surgida del  propio  camino le decía: “’ ¡Ven!”.
Pero Moisés pensó:
−Como no tengo nada mejor que hacer, iré.
Arrancó a caminar sendero arriba. La luna, su amada luna llena, le sonreía. Detrás de él, el mar. Sembrados en los márgenes del sendero, arracimadas cruces crecían de todos los tamaños. Cuanto más caminaba, más se empinaba la cuesta. Sin embargo, sentía que no era feliz. Pasaron trece años en un segundo. En un momento dado, una fuerza ajena a él le empujó dentro de un Monasterio en donde se oían cantos gregorianos. Y  pensó:
− ¿Qué hago yo aquí?, ¿cómo he entrado en este sitio si a mí no me gustan los espacios cerrados? Pero me gusta la música que oigo −se dijo−,  y me gusta el olor de este lugar, −pensó.
Así que decidió quedarse por un período de tiempo indeterminado. Cierto día cruzó por el lugar un tren pitando, pintado de plata y plomo. Aunque su sonido era normal, el pitido pronunciaba palabras  repitiendo siempre el mismo estribillo: “¡Vive, vive, vive!”. Tenía 22 años cuando Moisés se dijo:
−Estoy fatigado de estar enclaustrado.  Aunque aprendí muchas cosas aquí, ahora quiero vivir mi propia vida. Ahora que soy un hombre y todavía puedo serlo, −Y ascendió a su  tren y éste le sonreía.
Continuó subiendo a contrapelo por su dificultosa cuesta. A medida que ascendía, se cruzaba con más cruces, pero Moisés tenía la mirada claramente clavada en la cima de la montaña que se divisaba allá, en donde tierra y cielo se besan. Entonces, un día templado llegó a una fuente fría, a los pies de una sabina llameante y gritó a los cuatro vientos:
− ¡Tengo sed!
Bebió hasta quedar ahíto, de momento. Colmada su mochila del crudo néctar del árbol flamígero,  cumplimentó su cantimplora de aquel río de vida por si le atrapaban las sombras en su largo día sin descanso.  Moisés era un hombre precavido. A su paso, se le acostaban peregrinos que le repetían: “dadnos de beber de esa agua tuya, por los clavos de Cristo”. Y él les daba aunque sin perder el paso. Y sin extraviar el piso, pasó por la orilla de una gran ciudad y se bañó en sus aguas. Por 3 años permaneció allí, alimentándose del fruto prohibido para apagar su sed de momento y abrevó su recipiente. Un día, una ardilla le dijo: “Largo es el camino y corto el tiempo. No trabes el ritmo”. Entonces, Moisés volvió a subir a su tren. Tras embocar su cruz, tres pájaros se le asociaron. Al cabo del tiempo, uno de ellos quiso pasarse de listo y tuvo que cortarle el pico y después a otro y a otro más. Entonces, con desasosiego Moisés  exclamó:
−“¡Buey solo bien se lame!”.
Y como una araña, continuó trepando por sus paredes tristemente sólo. Sentía un inmenso desamparo dentro de sí, aunque ya era suficiente. De pronto y sin poderlo evitar, se excedió al coger impulso para saltar un río y, tan largo dio el brinco, que se presentó en el país de los arios. Una vez allí, se dijo: “Ya que estoy aquí, ingeriré con fruición  este líquido sagrado”. Y se sació hasta quedar repleto, de momento. Y trasegaba a sus congéneres que, sedientos, le imploraban: “Dadnos de beber de tu cantimplora, por la corona de espinas de Cristo”. Mucho tiempo pasó allí. Mucho le gustaba aquel sitio pero, su camino era otro y retornó a su cauce ascendente. Tras caminar cientos de millas por su poblado desierto, se alistó en las filas de un convento para amerar la sed de sus paisanos con su líquido elemento. 25 años allí le dejaron tieso. Sus alforjas quedaron secas como la mojama, por eso se sentía satisfecho. Allí conoció al amor de su vida, Priscila. Era ella musicóloga de los humanos cuerpos, restablecía la armonía de sus instrumentos.  Los dos juntos le cantaban a la luna. Y él; para impresionarla, le hablaba de filosofía, de música, de física, de informática y ella, ella le recitaba secretas poesías. Moisés se olvidó de su camino. Se casaron y tuvieron dos soles y fueron cuatro llamas, dos incendios y dos teas, cuatro fuegos que se avivaban con el viento. Él la amaba inmensamente. Ella lo adoraba. Su casa era un océano inagotable. Pero su destino no le olvidaba, y continuamente le repetía: “’ ¡Ven, ven, ven!”, de una manera endiablada. Pero él no quería, y a menudo le gritaba:
− ¡Cállate, no quiero oírte. Déjame en paz porque ahora soy feliz. No quiero volver al camino. Me has hecho daño. He vivido todo este tiempo deshabitado. Sin nadie que me quisiera y ahora que he encontrado la felicidad junto a mi amada, me dices que la deje. ¡No! Me rindo, no quiero seguir!
Y su destino le increpaba:
− ¡Tú me imploraste, tú. Tú quisiste ser un hombre y aquí lo tienes. Ahora te echas  atrás como un niño, ¿verdad? ¿Por cuánto tiempo tendré que soportarte? ¡Gallina! Acepta lo que pediste de una vez por todas. ¡Me tienes harto! Pedís las cosas y cuando atiendo vuestras súplicas, os arrepentís, ¿¡no!? No habrá compasión para ti, no habrá misericordia.  Ahora tienes que pagar el precio de tus deseos, ingrato ser humano, Moisés!
Su destino era un ser implacable. No admitía excusas. No admitía esperas. No era nada comprensivo y viendo que su esclavo no atendía a sus órdenes, le preparó un escarmiento… Ocurrió el 25 de marzo del 2011. Llevaba en aquel entonces 11 años jubilado, viviendo como un rey. Como siempre había hecho. El seguía hidratándose y regalando el fruto de su cantimplora a propios y extraños, por nada y por todo, para todos y por él mismo. Sucedió a la luz de la luna con su amada Priscila a su lado. Moisés se ausentó, alguien le empujó; quizás una invisible mano. Pero él no quería marchar y por eso, en el forcejeo, se partió en dos. Su sino se llevó la mitad izquierda de él y la otra parte, quedó con Priscila. Guardián y preso de su libertad. Su mujer clamó a los dioses con gritos inaudibles. Desde lo más profundo de sus abismos surgió un rugido tal que los mismos dioses se vieron impelidos a socorrerla. Así, de esta manera bramó Priscila:
−¡Dioses del Olimpo, dioses de mis antepasados, ayudadme por los clavos de Cristo, salvad a mi  marido porque lo estoy perdiendo!
Y los dioses se conmovieron al ver su desgarrador llanto. Y le advirtieron de las condiciones a las que debía de sujetarse. Y las consecuencias que podría ocasionarle el incumplimiento de aquel pacto. Bajo ningún concepto podía echarse atrás de su juramento. Y ella  asintió. Zeus bajó a Alcañiz montado en su rayo y se llevó a Moisés a su templo. Allí estuvo algunos cientos de millones de años, que pasaron en un momento. Atendido por los atentos cuidados de Danae, su concubina. A pesar de ello, no conseguía salir de su sueño. Se había quedado anclado dentro. Hasta que un día, la oración de Priscila consiguió abrirse paso hasta el pensamiento de su amado. Y se posó en él como se posa un beso en la boca de dos amantes. Con la misma ternura, con la misma desesperación, con la misma exigencia. Moisés despertó. Despertó en el justo momento en el que le iban a seccionar la garganta. Despertó y una máquina el aire le prestaba. Lo bajaron a la tierra, pero la envidiosa Euterpe le robó su música. Le cautivó su cálida voz, su musicalidad, su tono, su timbre. Los increíbles arpegios de su guitarra. El vuelo infatigable de sus dedos en el piano. La dulzura de su armonía. En fin, Se lo quedó todo y no le dejó nada. Aunque no se llevó por completo su vida, le permitió vivir con la vida sesgada, como escarmiento. Entonces, Zeus le espetó:
− ¿Estás contenta?
Como Priscila no se chupaba el dedo, se lo pensó. Después de lo cual dijo:
−Sí; gracias, dejádmelo a mí. Mis dos soles y yo, mis dos teas ardientes y yo formaremos un impecable equipo. Cuidaremos al rey de nuestra casa. Y volveremos a ser cuatro llamas, cuatro fuegos vibrando al unísono contra el viento.
A lo que el Dios de los dioses contestó:
−Siendo así, así sea. Tuyo es.
Y montando de nuevo en su rayo, regresó al Olimpo. Cuando Zeus llegó a su morada, ordenó  a la celosa Euterpe, la musa de la música,  que devolviera lo que no era suyo. Y a regañadientes, ésta se la fue devolviendo poco a poco, como aquel que le duele desprenderse de algo muy querido. La mitad izquierda de Moisés siguió haciendo el camino y, cuando llegó a la cima del monte, levantó la vista lentamente para leer lo que decía aquel letrero. Justo antes de posar su vista en él, Zeus le mandó un rayo y cayó al suelo fulminado. Euterpe entregó toda la voz a su dueño, mas, desobedeciendo la orden de su amo, se quedó con la música de Moisés”.
En aquel instante, el gato despertó. Y la luna  le sonreía con su cara llena. De súbito, escuchó el maullido de una gata  y se dirigió hacia el lugar de donde procedía aquel familiar sonido. Rodeó una chimenea que se interponía en su camino y, allí estaba. Era ella, Priscila, tal y como la había soñado hacía escasos segundos. Se acercó a aquella aparición maravillosa. Percibió su aroma, su calor, su excitación. Se lamieron y se acariciaron con sus cuerpos ardientes. Y enlazando sus colas, maullaron juntos a la luna el Ave María de Schubert.

                                                            FIN

martes, 27 de enero de 2015

BUCÉFALO Y BONITA

ENERO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS esta vez comenzamos 2015. Todo ello  es gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el primer cuento del año realizado con Carmen Bonet.

Carmen Boned


BUCÉFALO Y BONITA

Érase una vez que una alienígena unicelular apareció en el pueblo de Lanaja, Huesca. Se llamaba Angelina Jolie, y era natural de un planeta  en el que la vida estaba  próxima a desaparecer por motivos climatológicos. Como último recurso, los gobernantes de aquella estrella errante mandaron a la más aguerrida guerrillera de que disponían en su ejército en aquel momento para  explorar otros mundos posibles donde poder vivir. La metieron en una máquina desintegradora atómica y la teletransportaron al planeta azul. Al reintegrarse en la tierra, por error fue abducida por una yegua que estaba enganchada a una carreta. Dentro de ella iba una niña de 4 años. La potranca, al sentirse  poseída por un extraño ser, salió como una flecha desbocada calle abajo.  Una tía de aquella niña, sin pensárselo dos veces, cogió inmediatamente una bicicleta y salió rauda tras el animal con la esperanza de conseguir pararla. Cuando llegó a su altura, se puso de pie en el sillín y saltó de un brinco dentro del carromato con tan mala suerte que  se cayó al suelo. Al final de la cuesta, el cuadrúpedo tenía que girar ya que  la carretera se bifurcaba en dos ramales, con el consiguiente peligro de volcar el carruaje y que  la chica saliera despedida por los aires. Gracias a que se agarró en el último momento de una cuerda que pendía de la parte trasera de la tartana,  la tía consiguió no perder el contacto con la misma.  Con un esfuerzo sobrehumano, fue trepando por la cuerda, arrastrando todo el cuerpo por el suelo  hasta que estuvo otra vez dentro de la carreta. Con la intrepidez de una heroína, llegó hasta donde estaban las bridas del caballo y tiró de ellas emitiendo un enérgico ¡sooooo!  Justo antes de llegar a donde necesariamente tenía que girar, la yegua se paró. La tía cogió a su sobrina y la abrazó estrechamente. Sus vestidos estaban rasgados y manchados de sangre, pero a  ella no le preocupaba, había conseguido salvar a su sobrina de una muerte segura y eso era lo único que importaba.

A partir de aquel día, Bonita, que así se llamaba la yegua,  no fue la misma; de lo cual todo el mundo en el pueblo se extrañaba mucho, pues siempre había sido un animal muy obediente. En poco tiempo la alienígena consiguió hacerse con la voluntad del bicho. Paulatinamente iba preparando el desembarco de sus congéneres. Sus órdenes eran reconocer y preparar el terreno. Encontrar a seres vivos influyentes para después colonizarlos de la misma forma que ella lo hizo con Bonita, introduciéndose en su mente. Bonita tenía una relación con su abuela paterna fuera de serie. Todos los caprichos que la potra le pedía, la abuela se los daba. Las dos se querían mucho.  En el pueblo de Lanaja había sido muy feliz con su cuadrilla de amigos: correteando por los prados, cogiendo nidos de pájaros, durmiendo en el corral que tenía sus padres… En fin, todos los juegos propios de una joven potrilla. Pero todo eso cambió de repente aquel aciago día en  que el incomodo huésped venido de otro mundo se alojó dentro de ella sin permiso.

Cuando todo el pueblo estuvo colonizado y dominado por aquellos seres, Bonita se fue a Zaragoza para continuar con su callado trabajo. Para entonces, la yegua había cumplido ya los 14 años. Pensó la astuta alienígena que si se ponía a servir en casa de un General del ejército, conseguiría el dominio del mundo, y así lo hizo. La estrategia era muy sencilla: hacerse querer por la familia del General y ser dócil y servicial para ganarse la confianza de los altos mandos del ejército. Mientras tanto, secretamente iría colonizando nuevos cuerpos como vehículos donde su gente pudiera parasitar. Un día, la malévola angelina llevó a cabo una argucia para que la familia creyera en la lealtad que supuestamente ella les prodigaba. Como su dueño era General médico, se le ocurrió cambiar el contenido de una jeringuilla que el facultativo iba a utilizar para curar a su nieto de una infección en la glándula-epitelial-difusa-concomitante-transgénica. El buen anciano, cuando le inyectó al niño aquel líquido, observó espantado cómo el pequeño cambiaba de color: primero se puso amarillo, luego verde, después rojo de forma intermitente. Por los ojos lanzaba destellos violetas. Más tarde, se puso a disertar sobre la crianza de los gamusinos azules en cautividad, haciéndolo de una manera desmedida, casi eufórica diría yo. En ese momento, el yayo quería morirse. Pensó que se había equivocado de antibiótico y que, posiblemente, le había inoculado al niño algo que podría matarlo. En ese momento entró en escena Bonita. Puso sus patas delanteras en la cabeza del niño, emitió unos extraños sonidos y el chiquillo volvió a su normalidad. El General Niquitonipongo, que era de ascendencia nipona, no cabía en sí mismo de gozo y le dijo a la yegua:

−Pídeme lo que quieras que te lo concederé.

La muy ladina Angelina, se lo pensó un rato, después de lo cual dijo con voz  inocente, como aquel que nunca ha roto un plato:

−Yo quisiera hacer un cursillo acelerado del INAEM para aprender corte y confección. Después, me gustaría establecerme en el centro de Zaragoza, si no es mucha molestia.

El agradecido General le dijo inmediatamente que sí. Le hubiera concedido el mundo entero si se lo hubiera pedido, porque era un fervoroso creyente y tenía un alto sentido del honor. Qué poco se percataba el buen General de lo que estaba tramando su yegua preferida. ¡Qué equivocado estaba con ella! En fin, después de hacer el cursillo, se estableció en el paseo Independencia. Allí, la astuta mensajera del espacio hizo contactos de extrema importancia. Cogió amistad con las mujeres de los hombres más influyentes del lugar. A la vez que éstas le traían a su establecimiento a toda la familia. A cada nuevo cliente, le introducía un nuevo paisano suyo dentro de su cerebro, de tal forma que en menos de tres años, toda Zaragoza estuvo colonizada por los marcianos unicelulares, presidiendo éstos los puestos más relevantes de la ciudad tales como el Ayuntamiento, la Diputación, la policía, el ejército, la televisión, la radio, la prensa, etc.

Ocurrió que al tercer año, Bonita tuvo que cerrar el negocio y regresar a Lanaja porque su madre se había puesto muy enferma. Para guardar las apariencias de ser buena hija,  volvió al pueblo a regañadientes. Hay que decir que en el tiempo que estuvo abierto el negocio, conoció al que sería su futuro marido. Después de que su madre mejorara de su enfermedad, Bonita volvió a Zaragoza para proseguir con sus conspiraciones, pero ahora continuó fraguándolo a nivel mundial. Ella se dedicaba, en esta ocasión, a la venta ambulante de un jarabe maravilloso que igual te curaba un corte de digestión, un dolor de muelas,  una colitis,  una alopecia difusa, etc. Poco a poco su red maléfica se fue extendiendo como una tela de araña sin que nadie se diera cuenta. A los dos años de ejercer este nuevo empleo, Bonita se casó con Bucéfalo. Más tarde, ayudado por ella, éste llegó a ser presidente de una de las empresas más pujantes de toda España, La Telefónica.  A través de esta empresa planeó introducirse en Estados Unidos y desde allí, acceder al resto del mundo. Todo estaba tramado, Su planes se estaban cumpliendo a las mil maravillas. Mientras tanto, Bonita tuvo dos potrillos: Babieca y Rocinante. Pretendía colocarlos  en puestos estratégicos en aquel país. Una vez introducida Angelina Jolie en la Casa Blanca, la cosa fue fácil. Cuando ya casi toda la tierra estaba colonizada, ocurrió que llegaron a oídos del Comité Interestelar de Defensa de los Animales lo que estaban maquinando aquellos invasores y decidieron intervenir. Desde el futuro hicieron venir a una  hormiga atómica armada de un sacacorchos y una escopeta recortada de dos cañones, su nombre era: Arnold Schwarzenegger. Sus órdenes eran tajantes: extraer del cerebro con el sacacorchos aquellos molestos inquilinos sin que nadie se diera cuenta, causándoles el menor daño posible.

Eran las 12 de la noche del 7 de  enero del 2010 cuando Arnold fue teletransportado a la cuadra donde estaba Bonita. Ella tenía 57 años cuando esto ocurrió. Al practicarle la extracción de la alienígena, puso tanto ímpetu que, la yegua tuvo un derrame cerebral. En ese momento Bonita llamó a Rocinante, su hijo pequeño, y le pidió que la llevase al sillón porque ella no podía hacerlo sola. Pero, al ver éste que la cosa no pintaba bien, decidió alertar a la familia. Llamaron inmediatamente a la ambulancia y la ingresaron en la unidad de cuidados intensivos del hospital Veterinario. Allí estuvo ingresada 2 meses y después la llevaron al Corral Hospital de San Juan de Dios. Gracias a Rocinante la cogieron a tiempo. Pero aún así, toda la parte derecha de su cuerpo la tenía inutilizada. No podía tragar. No podía caminar. No podía hablar. La alimentaban por una sonda nasogástrica. En fin, una pena. Bucéfalo, su marido,  la obligaba a hacer ejercicios a diario y, gracias al tesón y la constancia que los dos demostraron en su cura, Bonita fue recuperando paulatinamente el dominio de su cuerpo. Al extraer  Arnold Schwarzenegger el huésped de su cabeza, Bonita volvió a recuperar su antigua forma de ser comprensiva y buena, aunque  es cierto que a un precio muy elevado. Algunas de sus facultades quedaron algo mermadas, sin embargo, otras se vieron incrementadas como por ejemplo las cualidades artísticas. Bonita iba casi todos los días a un Centro de rehabilitación que se llamaba Atecea. Allí le enseñaron a pintar al óleo, a hacer paisajes de medio punto y la animaron a escribir un  libro de recetas de cocina. Un año se presentó Bonita a un concurso de pintura al óleo y lo ganó. Ella misma era tan inconsciente de su nueva capacidad que, al recibir la noticia del premio no se lo podía creer. Total –decía ella−, ¡si sólo hice cuatro trazos mal puestos por aquí y por allá y nada más!…

Por su parte, la hormiga atómica, Arnold Schwarzenegger, fue realizando su labor sin hacer ruido y sin dejar demasiado perjudicados a los pobres terrícolas. Según tengo entendido, aún anda por esos mundos de Dios con su sacacorchos y su escopeta recortada liberando a la tierra de la posesión extraterrestre. Gracias a que Bucéfalo cogió la jubilación anticipada, se pudo dedicar en cuerpo y alma a ayudar a su querida yegua a recuperarse. A pesar de que no fue fácil la vida para ellos a partir de entonces, aquellas circunstancias los unió aún más si cabe… Lo que nadie sabe, excepto usted y yo, claro está, es que la verdadera razón del ictus de Bonita fue que Arnold extrajo a Angelina Jolie de su cabeza con un sacacorchos. Pero por favor, si por casualidad algún día la ve, no se lo diga, ¿vale?

                                                                FIN