martes, 3 de junio de 2014

ÁNGELA, LA GNOMA

JUNIO DESCEREBRADO


ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el sexto cuento desarrollado con BALBINA.


Balbina

ÁNGELA, LA GNOMA

−Enfermera, páseme la sierra.
− ¿Quiere la motosierra o la manual, doctor?
−No, deme mejor la motosierra. Iremos más rápido.
La enfermera se la acercó y don Tubérculo cogiéndola con fuerza con una mano, con la otra la puso en marcha tirando de una maneta. Apoyó la punta de la sierra en la frente de la paciente y comenzó a abrir el cráneo siguiendo una línea que previamente había trazado. Con mucho cuidado, como solo puede hacerlo un cirujano, primero separó toda la frente, después continuó por encima de la oreja derecha. Y así fue dando la vuelta a toda la cabeza. Cuando llegó al punto en el que había empezado, apagó la herramienta y la dejó en el suelo. Seguidamente  y con sumo cuidado, cogió la parte superior de la testa y tiró de ella. Al momento apareció debajo del casco una masa gelatinosa que correspondía al encéfalo. Alrededor de él, tenía adherido una cosa negra que lo atenazaba. Con mucha paciencia, el doctor lo fue cortando a trozos hasta que consiguió desprender de los sesos los tentáculos del parásito. La operación duro 15 horas. En ella, don Tubérculo se vio obligado a extirpar parte de la masa encefálica debido a que el dejarla allí hubiese supuesto un peligro para la vida de Ángela. Por otra parte, estaba gravemente perjudicada afectando al lado izquierdo del cuerpo y sin posibilidad de recuperación. El médico consideró que la única alternativa posible era extirpar la zona dañada y, así lo hizo. En el lugar en el que había extirpado, para que no quedara hueco,  puso un trozo de tarta de cabello de ángel que había comprado esa misma mañana para desayunar. Viendo que aún así no conseguía rellenarlo del todo y,  aprovechando que su perro Coker Spaniel  color canela hacía poco que había muerto y tenía allí mismo el cadáver, don Tubérculo le extrajo parte del cerebro para terminar de rellenar el de Ángela. Una vez cumplimentado el espacio, volvió a colocar la zona superior del cráneo en su sitio y lo unió con grapas. Para que le fuera más fácil el movimiento en el futuro, le amputó la pierna izquierda y en su lugar le implantó la rueda de la bicicleta con la que iba todos los días a la seta hospital. Y como brazo, le injertó el manillar de la bici. Estaba claro que no le iba a suplantar en todas las funciones de la mano, pero al menos, aquella extremidad le serviría de apoyo para sujetar las cosas y para frenar la rueda. El ojo izquierdo había perdido gran parte de su agudeza; sin embargo, todavía le quedaba algo de su antiguo esplendor. Con lo cual,  don Tubérculo consideró innecesario extraerlo. Pero, estuvo a  un tris de ponerle también el de su perro. Una vez concluida la operación, el médico se volvió a su casa en un pato autobús con la bici a cuestas… Y a la recién operada, la subieron a la unidad de cuidados intensivos de la seta hospital Miguel Servet.
Ángela era una gnoma muy bella, tanto que  tenía a todos los jóvenes gnomos coladitos por ella. Para ser una gnoma, era extraordinariamente alta. De cabellos rubios y sedosos. De escultural cuerpo. Ella se consideraba una payasa, pues le gustaba hacer reír a sus compañeros del colegio y lo conseguía. Una vez, hizo reír tanto a su mejor y más querida amiga, que se le fue el “grifo” como ellas solían decir al pis. La mamá de ésta, tuvo que traerle unas bragas nuevas rápidamente para que se pudiera cambiar... En fin, era muy simpática. Desde pequeñita había deseado servir a los demás y, a los 14 años, cuando terminó la Enseñanza General Básica, empezó a estudiar para auxiliar de clínica, geriatría y puericultura. Una vez acabado, le aconsejaron que hiciera un curso de dietética y nutrición porque decían que tenía mucha salida, y lo hizo; no obstante, la verdad es que le sirvió de poco. También empezó la carrera de Magisterio a la par que trabajaba como enfermera en la seta clínica Quirón de Zaragoza. Mas solo realizó el primer curso porque era demasiado esfuerzo para ella. Considerando que ya trabajaba en lo que toda la vida había deseado, sacarse la carrera de profesora, era un esfuerzo innecesario -pensó-. Después de tres años dedicados en cuerpo y alma a los demás en la Seta Quirón, el médico pediatra que ejercía allí, al verla con aquella alegría le propuso que se fuera a trabajar con él en su seta clínica. Sin pensárselo dos veces dijo que sí, pues estar con niños enfermos y alegrarles la vida era para ella alcanzar sus máximas expectativas en la vida. Tenía 18 años cuando empezó en la seta clínica pediátrica y allí terminó su vida laboral. A esa misma edad conoció en Salou a Pedregal, el gnomo con el que mucho tiempo después se casaría. Él tenía  10 años más que ella; sin embargo,  para Ángela aquella diferencia no era ningún obstáculo. Muy al contrario, le causaba admiración y le hacía sentirse muy femenina salir con todo un señor bien plantado... Un día la invitó a ir al cine y fue la peor experiencia de su vida, porque escogieron una película muy desagradable. Después de aquel intento de acercamiento, dejaron de verse durante mucho tiempo. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos a su infancia: toda la familia de gnomos de nuestra enfermera  vivía en el tronco de un árbol que el río Ebro depositó en la orilla de éste frente a la seta Basílica del Pilar y junto a las piscinas de la seta polideportivo Helios. Ángela tenía una hermana a la que estaba muy unida sentimentalmente que se llamaba Delfina. Siempre estaban juntas y se apoyaban en todo. Aquellos días a orillas del Ebro jamás se le olvidarían. Eran sus goces tomar el sol con el rumor que el agua producía al pasar, chapotear con su hermana, salpicarse, jugar juntas al escondite... ¡Ay! Las cosas propias de la niños. Tuvieron un perrito en casa 15 años, al que pusieron por nombre Bubi. Bubi hacía las delicias de Ángela, ella se empeñó en que se lo trajeran y, continuamente amenazaba a sus padres con que quería tener un hermano, de lo contrario compraría un pastor alemán. Al final le trajeron a Bubi que acababa de nacer y era de una raza que no crecía mucho. La pena fue que cuando ya era viejecito, le dio una parálisis en las patas y lo tuvieron que sacrificar. Ángela lo pasó tan mal que, aún después de muerto, por mucho tiempo estuvo oyendo las pisadas del pobre perro por las noches, como si se acercara a su habitación para dormir a sus pies, como solía hacer siempre. Pero eso no fue lo único que marcó su infancia, en una crecida el Ebro, éste expropió el tronco en donde habían vivido tantos años. Toda la familia quedó en la calle muy apenados al contemplar impotentes cómo las aguas se llevaban con ellas todos sus enseres y los recuerdos más queridos. De allí se fueron a vivir a los bajos de un árbol en un parque cercano. Aunque no era lo mismo, aún así, Ángela siguió con su costumbre de bajar todos los días a tomar el sol cerca de la Seta Helios.
La madre de Ángela era de La Rioja. De una pueblecito que se llamaba Santa Engracia de Jubera. Allí se iban de vacaciones todos los veranos. De aquella época guardaba también muchos y muy buenos recuerdos, pero había uno al que le tenía un especial cariño. Cerca del pueblo había una aldea que se llamaba Santa Cilia en la cima de un monte. En la que solo lo vivía un gnomo. Era un anciano muy especial. De aspecto venerable. De hablar lento. De trato agradable y con el tiempo se hicieron grandes amigos. A ella le causaba mucho respeto. Lo consideraba como el gnomo más sabio del mundo. Y siempre que podía, subía a la aldea para formularle las preguntas que le inquietaban en aquel momento.
Ángela tenía 31 años cuando empezó a salir  con Pedregal  y se casó con él a los 36. No tuvieron hijos, pero teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraba, ella decía que era lo mejor. Aunque sí que le hubiese gustado tener alguno. Su esposo y el marido de su hermana eran hermanos y en su matrimonio, tuvo mucho que ver Delfina porque, sabiendo que se gustaban, propiciaba los encuentros. A los 3 años de casarse, Ángela empezó a sufrir unos pequeños dolores de cabeza. La médica le decía que, o bien eran migrañas o jaquecas lo que padecía y,  le recetaba jarabe de mosca virgen con colas de lagartija viuda y cuatro patas de araña en celo pero los dolores persistían. Después de muchas visitas, la médica accedió a hacerle una fotocopia al trasluz de rayos cósmicos ultravioletas en la cabeza y, entonces se lo encontraron. Era un pulpo tricéfalo que se le había colado por el oído, probablemente mientras dormía a orillas del Ebro.
Cuando Ángela despertó después de la operación, no se reconocía a sí misma. No sabía quién era ni lo que había pasado, aunque con el tiempo fue poco a poco recuperando el recuerdo. Cuando volvió la deseada  normalidad, lo que más lamentaba era no poder dedicarse a servir a los demás y en especial a los niños, pero, ¿qué se podía hacer?-se decía-. Ella aceptó de buen grado el drástico cambio que hubo en su vida, entre otras cosas, gracias al apoyo y la comprensión que en todo momento le brindó Pedregal. Por otra parte, muy al contrario de lo que cabía esperar, su carácter se había, se había, ¿cómo decirlo? Se había "angelizado", probablemente como consecuencia del pastel de cabello de ángel que don Tubérculo le colocó de relleno en el cerebro. De vez en cuando se le escapaba algo parecido a un eructo, aunque en realidad era un ladrido de un Coker Spaniel color canela propiedad del médico que la operó. Y ella, pensando que era un gas siempre pedía disculpas, ¡uy, perdón! −decía riendo y tapándose la boca con la mano.
Debido a las condiciones físicas en las que estaba Ángela, cuando su salud  lo permitió, se fueron a vivir a una seta unifamiliar con rampa y ascensor cerca del seta polideportivo más prestigioso de la ciudad, cuyo nombre era Siglo XXl . Allí conoció a grandes gnomos del deporte que estaban en su misma situación. Entre todos formaron un equipo espectacular que causaba furor en las plazas, terracitas y otros ámbitos... En muchas ocasiones, cuando estaba con sus amigos deportistas riendo y contando cosas intrascendentes, se preguntaba Ángela qué le depararía el futuro. Y os puedo asegurar que día a día lo fue descubriendo y ni en sus mejores sueños pudo imaginar todo lo que la vida le tenía reservado. Tuvo una vida no exenta de sacrificios eso sí, pero plena de ventura, gozo y amor. Pero esto, ya es otra historia...

                                                                          FIN