viernes, 18 de julio de 2014

LA VERDADERA HISTORIA DE OSAGEP

JULIO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el septimo cuento desarrollado con DAVID LEZCANO.


David Lezcano

LA VERDADERA HISTORIA DE OSAGEP

Ocurrió una vez en un hermoso valle alfombrado de hierba y cruzado por un riachuelo de aguas  cristalinas, en las altas montañas del Pirineo oscense, que una yegua de pura raza Árabe iba a dar a luz. Las contracciones  habían empezado y las patas traseras del potrillo ya se asomaban a través del canal. El papá de aquel que luchaba  por nacer era un águila real y se llamaba Zeus. Allí estaba, todo él nervioso asistiendo en lo que podía al parto que, a decir verdad, era más bien poco pues, como sabéis, las águilas no tienen manos a pesar de que algunas de ellas son reales. Don Zeus le contaba cuentos, le daba conversación sobre temas místicos y le abanicaba con sus alas para aliviarle el dolor mientras que su amada daba a luz. Cuando ya hubo parido, Épica, que así se llamaba la yegua, se levantó del suelo, se dio la vuelta y empezó a lamer a su potrillo para quitarle los restos de la placenta adherida a su pequeño cuerpo. Ella no cabía en sí de gozo al ver aquel trozo de sí misma tan blanco y bien formado, pero el papá, a simple vista, no parecía muy convencido. La verdad es que Zeus esperaba ver a su hijo con alas para poder enseñarle a volar y jugar con él pero, pensó que los dioses le habían castigado por algo que él hubiera podido hacer en el pasado y por eso estaba triste, se sentía culpable. Desde mucho antes de nacer, habían decidido llamarle Osagep en el caso de que fuera macho y así le pusieron. Osagep yacía en el suelo titubeante intentando levantarse para empezar a mamar, pero no podía. Su mamá lo animaba con dulces relinchos y con el morro intentaba ayudarle, pero nada, no había manera. Don Zeus miraba aquella escena ensimismado en sus propios pensamientos mas, en su cara se adivinaba la mueca del desencanto. Después de media hora de intentos fallidos, Osagep consiguió engancharse a las ubres de Épica. Cuando se hubo saciado, se aventuró a dar unos pasos alrededor de su madre. Poco a poco y día tras día Osagep iba ganando fuerzas y sus correrías le iban llevando cada vez más lejos. La verdad es que  era un potrillo de esos que llaman hiperactivo. Don Zeus y doña Épica estaban cansados de repetirle una y otra vez que no se alejara tanto pues los peligros a esas alturas acechaban por todas partes, pero el joven era indomable. Sin embargo, era tan simpático que siempre encontraba la manera de salirse con la suya. Tanto era así que su abuelo le puso por sobrenombre "el bala".

Cuando llegó la hora de escolarizarlo, lo inscribieron en el colegio H.H. de caballos Maristas de Zaragoza. Los papás de Osagep pensaron que lo que necesitaba su hijo era  mano dura para enderezar las malas costumbres que había adquirido allá arriba en la montaña. Pero se equivocaban, no había fuerza en el Olimpo que enderezara a Osagep. Enseguida se hicieron populares sus travesuras, anécdotas y novillos que habitualmente hacía implicando a otros compañeros. Era un líder nato. Los pobres hermanos estaban hartos de Osagep   porque como Atila,  por donde pasaba no crecía la hierba. Dado el exceso de actividad que desarrollaba  el pequeño, decidieron entre los padres y tutores apuntarlo en algún deporte para ver si de esta manera  se apaciguaba su exceso de energías. Osagep pasó por todos los juegos que se practicaban en el colegio y en todos ellos sobresalía. Pero el que más le gustaba era el Balón Mano pero, su carácter rebelde hizo que el profesor y entrenador del equipo un día le propinara una coz  en sus cuartos traseros que le dejó  marcado el hierro de sus cascos para el resto de su vida. Después de esto, decidió practicar el Balón Cesto. Siendo éste último por el que al final se decantó, ya que era el deporte para el que estaba mejor cualificado: ágil, alto, delgado, fibroso, rápido, con mucho nervio  y además tenía una gran visión de juego. Poseía una capacidad anotadora extraordinaria. Tanto era así que, de no haber sido por la altura, lo habrían cogido para jugar con el equipo del CAI, porque a pesar de que era alto para la edad que tenía, no llegaba a la altura que se requería.

En fin, la vida pasaba rápidamente y Osagep iba combinado sus triunfos en el Balón  Cesto con su más que dudosa marcha en los estudios. En realidad,  él sospechaba que los curas lo aprobaban debido a que lo que deseaban era perderle de vista. Como digo, tras pasar con apuros por la EGB, llegó a 2º de BUP el cual suspendió. Y esta fue la excusa que necesitaba para abandonar los estudios e imitar a su idolatrado hermano carnal que estaba haciendo el servicio militar en los paracaidistas. Se alistó voluntario e hizo el periodo de instrucción en Alcantarilla, Murcia. Estando allí comprendió el porqué de lo que sentía al volar. Cuando saltaba, experimentaba algo que no podía explicar pero que era muy grande. Sentía una felicidad aún mayor que la que le proporcionaba las yeguas al copular. Que por cierto, tengo que decir que Osagep era un Don Juan de aquí te espero…

Como iba diciendo, haciendo la mili en los paracaidistas comprendió que lo que sentía era debido a que por sus venas corría sangre procedente de un águila real, su padre, Zeus. Cuando se tiraba desde las alturas era tal el placer que experimentaba, que esperaba hasta el último segundo  para abrir el paracaídas. Los compañeros le decían que no hiciera aquello pues era muy peligroso, pero él no hacía caso. Hasta que un día ocurrió lo que tenía que ocurrir. El golpe que recibió en la cabeza al llegar al suelo fue tan fuerte, que lo dejó en coma por dos meses. Cuando despertó, Osagep había desaparecido. Tuvo que aprender  de nuevo todo, desde lo más simple hasta lo más necesario. Después de 6 meses ingresado en el Hospital, salió. Su familia, sus amigos, los compañeros del colegio y sobre todo, la última novia que tenía le estaban esperando para recibirlo con los brazos abiertos. Entonces comprobó Osagep lo muy querido que era. Comprobó por sí mismo el significado del amor incondicional. En muchas ocasiones, al pensar en ello, se emociónaba. No obstante, al recordar su vida anterior se entristecía porque  lo que más le gustaba en la vida era correr, saltar, trotar y ahora ya no podía hacerlo. Era todavía muy joven y sentía que su vida se había truncado para siempre y maldecía a los dioses por ello. Se sentía mal, aunque en algunos momentos para animarse se decía: “Carpe Diem, Carpe Diem”… Que quiere decir “vivir el momento”.

Ocurrió un día, mucho tiempo después del accidente que empezó Osagep a sentir un dolor insoportable en los flancos, encima de las paletillas. Zeus y Épica lo llevaron rápidamente al Hospital Veterinario muy inquietos y allí lo examinaron de arriba abajo para determinar el origen del mal. Después de pasar por todo tipo de máquinas y pruebas, les aconsejaron que no se preocuparan ya que  lo que le estaba ocurriendo a su hijo era propio de la naturaleza. Les comunicaron que pronto su hijo podría volar, debido a que  le estaban saliendo las alas que de su padre había heredado. Les dijeron también que el dolor agudo remitiría cuando ese nuevo miembro de su cuerpo se hubiera desarrollado todo lo que tenía que desarrollar. Al oír esto, los padres de Osagep no se lo podían creer. Después de todo lo que habían sufrido con su hijo, esta buena noticia no se la esperaban. Se lo llevaron a casa esperanzados en que lo que les dijeron los médicos fuera verdad, y así fue. Con el paso de las semanas, aquel apéndice iba tomando cuerpo, como cuerpo iba tomando también la alegría de sus padres. Una vez acabaron de crecerle aquel par de alas; Zeus, todo excitado de alegría, llevó a su hijo al lugar en donde había nacido. Allí empezó a enseñarle todo lo que sabía con respecto al vuelo. Poco, muy poco a poco Osagep se iba fortaleciendo en cuerpo y alma. Y rápido, muy rápidamente fue aprendiendo todo lo que el padre tenía que transmitirle.

Hasta que por fin,  el milagro se realizó. El hijo de Zeus se convirtió en un excelente caballo volador. Y dicen los que le conocieron que a partir de entonces estaba Osagep tan agradecido, que por donde pasaba crecían las flores. Y  cuentan y dicen los que le conocieron que por donde pisaba, brotaba el amor. Y dicen y cuentan que Osagep se reconcilió con los dioses dándole las gracias por su historia. Sus padres decidieron cambiarle el nombre porque, como había vuelto a nacer, consideraron que lo más oportuno era bautizarlo de nuevo y le dieron la vuelta a su nombre. A partir de aquel momento lo llamarían Pegaso. Pegaso, el caballo volador…

FIN


Ilustrador Ángel Joven



6 comentarios:

  1. Precioso y real como la vida misma, los que lo conocemos vemos fielmente representada su historia personal y esta claro que David es un PEGASO.

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  2. Me ha gustado muchisimo el cuento. Me ha recordado la cara de felicidad de David cuando fuimos de excursión al Aeródromo.

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  3. Precioso este cuento, refleja muy bien tu personalidad. Animo Pegaso!!.

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