miércoles, 26 de noviembre de 2014

DIENTES DE SABLE

NOVIEMBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el onceavo cuento desarrollado con Angel Ramos.

Ángel Ramos


DIENTES DE SABLE

Hubo un tiempo en el que Villamayor fue un pueblo próspero; pero, después del ataque de los extraterrestres en el siglo XXXlV y tres cuartos de la era pasada, aquella zona quedó completamente devastada. No quedaron ni las margaritas para contarlo. Tardó aquel territorio mucho tiempo en regenerarse, pero poco a poco la vegetación fue curando las heridas radioactivas. Con ella fue surgiendo una nueva especie de animales;  producto de la simbiosis atómico-molecular-transgénico-multiforme- congénita. De todas ellas, cuentan que había una que era la reina, por su ferocidad  e inteligencia. Se le llamaba a esta raza “lupus erectus”, y bastaba pronunciar su nombre, para que todos los animales huyeran presas de espanto. Esta nueva especie de carnívoros se expandió rápidamente por todos los continentes y mantenían a raya al resto de la fauna interplanetaria. Dicen que en la zona que antiguamente fue Villamayor, quedó cubierta por una espesa selva. Ésta era el territorio de caza de una vasta  manada de “lupus erectus” extremadamente eficaz por su coordinación en todos los ámbitos. El instinto de territorialidad lo tenían muy marcado y guardaban el perímetro de sus posesiones celosamente. La historia que os voy a contar le ocurrió a uno de sus miembros. Este lupus se llamaba Dientes de Sable. Dientes de Sable era  joven, fuerte, inteligente, simpático, excelente conversador, fiel amigo de sus amigos…  En fin, era todo un ángel para los integrantes de su clan. Siempre le gustaba salir de juerga con los mismos amigos. Con otros integrantes de su manada celebró la tradicional fiesta de los “choperos”, que era la fiesta de los Quintos. Se llamaba así porque tenían que cortar un chopo y esconderlo para que los quintos del año siguiente o”antichoperos”, no lo encontrasen. Con unos y con otros  era con los que siempre se  iba de caza.

Ocurrió en uno de esos días en los que toda la jauría de jóvenes lupus cazaba en su territorio. Entre todos, consiguieron acorralar a un peligroso “Dinociervus mastodónticus”. Dientes de Sable se arrojó al cuello del animal pero, en ese preciso momento, cabeceo con tan mala suerte que, nuestro amigo en vez de morder la tierna carne de su gaznate, clavó sus afilados colmillos en el cuerno del animal y se partió la dentadura.  Se quedó sin dientes, y eso, para un lupus, podía significar la muerte. ¿Cómo iba a cazar a partir de entonces? Y sobre todo, ¿cómo iba a masticar sin dientes?, se decía  él con tristeza. Sus compañeros, viéndole tan apenado, avisaron a sus padres y, juntos,  lo llevaron  a la Cueva de primeros auxilios del Hospital Miguel Servet en donde había un brujo muy reputado cuyo nombre era  Colmillo Retorcido. Se llamaba así porque nació con un diente haciéndole palanca.  Cuando explicaron a éste lo que había sucedido,  el viejo chaman fue a coger sus huesos mágicos con los que adivinaba el futuro. Pero como estaba un poco ciego; en vez de coger los huesos, cogió las cucharillas del café, que también eran de hueso. Después de echarlos al suelo unas cuantas veces,  dijo sin ningún género de dudas:

−A Dientes de Sable lo que le pasa es que tiene una fractura craneoencefálica aguda. Tiene dañado el lóbulo occipital derecho de su cráneo y éste le presiona el cerebro gravemente. ¡Vamos! Lo que se llama en términos seudocientíficos: “Daño Cerebral Adquirido, (DCA)”. Lo cual me lleva a pensar que esto le afectará a corto o largo plazo al movimiento basculante pendular de la parte izquierda del cuerpo metafísico singular y al habla, −dijo el brujo.

Al oír aquello, tanto los padres como los amigos del accidentado se asustaron mucho. Aquella retahíla de palabras que no comprendían no parecía presagiar nada bueno. Entonces, objetaron todos tartamudeando:

−¡Pe, pe, pero si solo se ha roto los dientes,  su excelencia!

A lo que el místico replicó:

−Lo siento. Comprendo su dolor pero esto es lo que hay. Los huesos no mienten. Pero si quieren una segunda opinión, yo conozco a un colega del ramo que por un precio módico os daría su parecer sobre el problema de su hijo…

− ¡Nada, nada!, −contestaron todos al unísono−, ya nos fiamos de usted, señor colmillo retorcido. Pero...  ¡díganos! ¿Qué podemos hacer para que se restablezca nuestro hijo?

−Conozco una Caverna de rehabilitación para lupus con DCA excelente.  Está en la Costa Salvaje y se llama “Guttmán”.  Allí,  en poco tiempo dejarán al cachorro niquelado, como si nada hubiera pasado.  Además, si le decís qué vais de mi parte os harán un pecio especial,  ¿os hace? – les preguntó el anciano.

A lo que no tuvieron más remedio que decir que sí, pues no tenían a nadie a quien acudir. El alquimista les extendió dos recetas: una en la que saludaba a su colega de la Costa Salvaje y le daba su pronóstico sobre la supuesta lesión de Dientes de Sable. Y otra en la que figuraban sus honorarios. Los padres de éste cogieron las dos notas, abonaron lo que se debía y se fueron de la Cueva Hospital con la cabeza gacha y el corazón encogido. Al día siguiente el padre, la madre y Dientes de Sable estaban sentados en el despacho  del curandero Guttmán. Y éste, siguiendo el diagnóstico de su colega, comunicó a sus clientes el tratamiento a seguir… Lo ingresaron aquel mismo día y a la mañana siguiente le colocaron con tornillos la dentadura de un tigre de Bengala con la cual podía masticar y aullar con naturalidad. Los caninos le afeaban un poco porque le sobresalían por fuera de la boca. Los padres de Dientes de Sable se alojaron en la choza de una tía abuela por parte materna mientras su hijo estuvo allí. Tras  2 meses y 20 días de interminables pruebas, ejercicios de recuperación, fisioterapias, análisis neurológicos, etc., le dieron el alta. Al salir de allí, cojeaba de su pierna izquierda y estaba empezando a perder sensibilidad de parte de su cuerpo. Pero él decía:

−Parece mentira, estoy mejor que nunca. Puedo hablar y morder. Es una maravilla…

Al llegar a la entrada de su cueva en Zaragoza; se encontró con una agradable sorpresa: habían colgado un cartel en la puerta que decía: “Bienvenido Dientes de Sable, te queremos”. Entró en su hogar. La mesa del comedor estaba repleta de su comida preferida. Él no entendía nada. De repente, se abrió la puerta de la cocina y salieron de allí sus queridos amigos y sus tíos sonriendo y dándole la enhorabuena por su nueva dentadura. Se abrazaron. Dientes de Sable se emocionó como nunca antes lo había hecho, después de lo cual, pasaron toda la tarde juntos; comiendo, riendo y recordando viejos tiempos.  En el transcurso del día, se pusieron al corriente de las últimas noticias ocurridas en el espacio de tiempo que había estado en Barcelona.

Pasaron 8 meses desde su llegada a Zaragoza y; viendo su madre que no mejoraba, buscó a un druida para que su cachorro recuperara la sensibilidad perdida. Y lo encontró en un lugar llamado Atecea. Allí estuvo primero como usuario y, cuando  consiguió restablecer, en gran medida, las sensaciones de su costado, se ofreció como voluntario para ayudar, en lo que hiciera falta, a otros animales que estuvieran en su misma situación. Aquella experiencia le había cambiado la vida. Aunque no fue fácil para él superar  sus nuevas circunstancias. Hay que decir que si algo tenía Dientes de Sable, era un espíritu combativo. Que no se arrugaba ante las dificultades. Era como un castillo de piedra con un corazón de oro. Con tan solo 18 años de vida, se había enfrentado a bestias más temibles que aquella con la que estaba obligado a luchar, −se decía él.

Esperó un tiempo para tomar aire y, cuando encontró las fuerzas necesarias, prosiguió con  los estudios que había abandonado para irse a Barcelona. Siempre fue un buen estudiante, mas ahora sus expectativas de futuro habían cambiado: antes quería hacer la carrera de psicología, ahora se conformaba con terminar un grado superior de Administración y Finanzas.  Le hacía ilusión  viajar y conocer diferentes culturas. Guardaba con especial cariño en su memoria un viaje que hizo a Punta Cana con sus padres cuando era pequeño y quería retomar esta actividad olvidada. Antes su afecto era solo para los miembros de su manada, ahora su círculo se había ampliado.  En fin, Dientes de Sable seguía siendo el mismo ángel de siempre, solo que ahora se nutría de los pequeños detalles. Quien sabe  lo que me deparará el futuro −se repetía a sí mismo−, pero de una cosa estoy seguro, que lucharé como un león por conseguir mis sueños. Y cuentan los que le conocieron, que hizo grandes cosas por el bien estar de todos los animales. Y dicen los que le trataron; que fue muy,  pero que muy feliz.

FIN

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