miércoles, 25 de marzo de 2015

EL CORAZÓN DE ALEJANDRA

MARZO DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS 2015, gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el TERCER cuento 2015 realizado con Teresa Colón.


EL CORAZÓN DE ALEJANDRA

Cuenta una antigua leyenda que en Alcañiz un viejo brujo se enamoró perdidamente de una bella dama. Al no ser correspondido, le dio a beber un brebaje para que la joven quedara prendada de sus raros encantos. Y digo raros por prudencia; no quisiera asustar a los que, inocentemente, pudieran estar leyendo esta terrible historia. La verdad es que su aspecto era monstruoso. En fin, para que se hagan una idea y, como dato histórico por si algún día la ciencia decide investigar sobre los acontecimientos que a continuación voy a relatar, describiré a dicho personaje aunque omitiendo lo más espantoso, por pudor: Tenía una joroba triple en la espalda, una encima de la otra. La segunda, un poco ladeada a la izquierda si lo mirabas de frente. Y coronando a ésta,  otra joroba en forma de seta. Adornaba su cara una nariz prominente que, cuando la movía, más parecía un pimiento blandiendo el viento que una napia. Su boca estaba habitaba por un escueto diente que, por su aspecto, daba la impresión de estar de luto porque su atuendo era negro como un pecado. Como consecuencia de haber pasado la viruela, su cara parecía un campo de rábanos recién recolectado. De pequeño tuvo un accidente en el que perdió una pierna, pero como era un tipo muy apañado, se adaptó el tronco retorcido de un olivo. Su cabeza, ¡Ay su cabeza! Padecía  de hidrocefalia desde pequeñito. Con lo cual, su testa había adquirido unas proporciones monumentales. Claro está que a la bella joven se le revolvía el estómago la sola idea de que aquel viejo la pudiera ni siquiera abrazar. Como digo, le dio a beber aquella pócima que él mismo había preparado pero no surtía el efecto deseado; y probó con otro y después con otro y otro más. Pero nada, no conseguía sus fines. Viendo el hechicero que toda su ciencia no bastaba para conseguir sus objetivos, pensó en llevarla a Zaragoza en donde conocía a un colega más poderoso que él. Le dio a beber un mejunje para dormir y se la llevó en el asiento trasero de su escoba. Cuenta la leyenda que al pasar por el pueblo de Hijar,  tuvo un accidente con otra escoba que salía de llenar el depósito de combustible. En aquel tiempo, el código de circulación aérea para escobas no exigía el cinturón de seguridad en la parte trasera de los vehículos biplazas. Alejandra, que así se llamaba la bella dama, salió despedida por la parte delantera del utilitario. Mientras iba volando, viendo el brujo que se iba a dar un tremendo golpe de impredecibles consecuencias al aterrizar sobre el asfalto, pronunció unas palabras mágicas y la convirtió en una tortuga. Cuando llegó al suelo, la concha la salvó de males mayores pero no pudo evitar darse un golpe en la cabeza que la dejó grogui. Además, ocurrió que con las prisas, se equivocó de sortilegio y pronunció el de efectos permanentes. Alejandra quedó convertida sin saberlo en una tortuga para siempre. Mientras todo esto ocurría, ella estaba dormida. Viendo el hechicero el resultado de su maldad, volvió volando en su escoba biplaza a Alcañiz, la dejó en su domicilio y sigilosamente desapareció por donde había venido.

Cuando llegaron los padres de Alejandra y vieron  a su hija tendida en el suelo del comedor convertida en una tortuga; la recogieron asustados y  la llevaron a toda prisa al hospital Veterinario Miguel Servet, de Zaragoza. Allí estuvo 8 meses ingresada hasta que recobró el conocimiento. Los médicos hicieron todo cuanto pudieron, pero aquel caso se les escapaba de sus conocimientos. Un día, antes de darle el alta médica, la reina de las ninfas del bosque de Atecea se presentó en su habitación para darle ánimos, y le dijo:

−He venido expresamente para decirte que a partir de hoy y para el resto de tu vida velaremos por ti todas las ninfas del bosque. Nunca estarás sola. Aunque no nos veas, siempre habrá alguna de nosotras que te cuidará. De modo que no desfallezcas. Cuando quieras ven a vernos que haremos por ti todo lo que esté en nuestras manos. Mejorarás de tu mal y un día, cuando la paz llegue a tu corazón, conocerás a un ser que te hará inmensamente feliz. Formarás tu propia familia y tendrás hijos. Sabemos por todo lo que has pasado. Ahora te queda un largo camino que recorrer: esfuérzate y sé valiente que nosotras estaremos siempre contigo, mi querida tortuga.

Después de decir aquellas palabras, desapareció. No hace falta decir que aquella visita llenó de alegría el corazón turbado de Alejandra insuflándole nuevas energías para enfrentarse al toro al que tenía que lidiar en un futuro no muy lejano. Debido a su nueva condición de tortuga, tendría que acostumbrarse a vivir en su nuevo cuerpo y educarlo para suplir sus necesidades. Al poco tiempo de aquello, la mandaron para casa y a partir de entonces no dejó de hacer ejercicios de recuperación: terapia ocupacional, logopedas, fisioterapia… Y siempre que le quedaba tiempo, iba a nadar a la piscina y por las noches escribía en el ordenador. En su mente sólo tenía una idea: ser independiente. Luchaba a brazo partido por conseguirlo. Después de un tiempo, las ninfas del bosque ayudaron a su madre a conseguir que la atendiera la diosa de la salud, Hígia. Que tenía una clínica en Badalona, cuyo nombre era Guttman. Allí se trasladaron las dos con la intención de hacer todo lo que fuera necesario para que Alejandra recuperara su antiguo aspecto. Al presentarse delante de la diosa; ésta le puso las manos en la cabeza y, de repente, entró en un estado de trance: empezó a dar convulsiones y espasmos. Hizo aspavientos con sus manos como si estuviera cazando moscas. Y su cuerpo se movía de una forma frenética, como si bailara al son de una música infernal que solamente ella podía oír. Después de tres cuartos de hora en aquel estado, Alejandra y su madre estaban espantadas. En un momento dado, Hígia se paró en seco, por unos segundos se hizo un silencio sepulcral, entonces, abriendo la boca dijo:

−Tengo sed.

Madre e hija se miraron estupefactas de incredulidad pues nunca se habrían imaginado que una diosa tuviese las mismas necesidades que un simple mortal. Una vez hubo saciado su sed con una lata de cocacola, Hígia les comunicó de esta manera lo que ya sospechaba por su cualidad de deidad vidente:

−Alguien, con no muy buenas intenciones, te ha hecho un trabajito mi querida niña. Un brujo con poderes extraordinarios te ha echado un conjuro perpetuo, que se dice en términos “hechiceriles”. Lo único que yo puedo hacer por ti es ayudarte a que tomes el control de tu nuevo cuerpo. Pero me temo que será imposible conseguir recuperar tu antigua condición de ser humano. Incluso para los dioses del Olimpo hay cosas que nos resultan inalcanzables de realizar, ¿sabes? De modo que esto es lo que hay. Si quieres empezamos hoy mismo. Pero, he de decirte una cosa muy importante: aquí se viene a trabajar, tanto tú como nosotros. Si crees que has venido de vacaciones, será mejor que no nos hagas perder el tiempo y te marches por dónde has venido, ¿está claro?

Aquel tono tan estricto y seco por parte de Hígia le inspiraba confianza. Alejandra sentía que había caído en el lugar indicado. Por otra parte, trabajar no le daba miedo. Es más, era lo que estaba deseando con todas sus fuerzas. Allí estuvo 8 meses adiestrando su cuerpo como si fuera un guerrero Samurái. Por las tardes se iban a la piscina madre e hija para continuar con el tratamiento y por las noches seguía escribiendo con el ordenador. Cuando ya le dieron el alta médica, tanto en el aparthotel en el que vivían como en la clínica les habían cogido mucho cariño a las dos. Su madre siempre que podía ayudaba a otras personas que estaban allí ingresadas en todo lo que podía. Al llegar a Alcañiz, sin pérdida de tiempo, fueron a hablar con las ninfas del bosque de Atecea para continuar con su recuperación. En un principio fue de forma ambulatoria, iba y venía de Alcañiz a Zaragoza casi todos los días. Hasta que, aconsejada por la reina de las ninfas, retomó sus estudios. En aquel tiempo realizó varios trabajos: primero en la EXPO de Zaragoza como hada madrina. Después como auxiliar administrativo en el despacho de una pitonisa y, finalmente, consiguió entrar como aprendiz de ninfa en el  hospital Palafox para aburridos con demasiado tiempo libre. Aquí fue muy feliz porque le hacía ser útil a la sociedad además de ser independiente. Alejandra era toda una luchadora y no quería vivir a costa de nadie. Ella consideraba que lo que había vivido hasta aquel momento era una experiencia  muy dolorosa, pero aquello le había servido para ser mejor de lo que ya era. A pesar de todo, decía ella:

−ser tortuga me gusta: aunque la vida corre más veloz que yo, he aceptado de buen grado que mi ritmo es otro. Que mi comida es otra, que mis gustos son otros, etc. Y le saco el máximo partido a las capacidades que un animal como yo, tiene. −Llegado ese momento, un día se armó de valor y le dijo a su antiguo novio:

      −Mira Nicodemo: yo ya no soy la misma de antes, ahora soy de otra especie que tú. La situación ha cambiado completamente. Yo soy una tortuga y tú eres un hombre. Yo no te puedo seguir en tus gustos y tampoco quiero que estés conmigo por compasión. A ti te gusta subir a la montaña, caminar rápido y yo no puedo. ¿Qué te parece si terminamos con lo nuestro?

Nicodemo, bajando la cabeza se lo pensó por unos segundos que parecieron eternos. Después de los cuales, dijo:

−Sí, tienes razón. Lo mejor es que lo dejemos estar.

A pesar de que Alejandra tenía claro lo que estaba haciendo, la respuesta de su novio le partió el corazón. Era un buen chico. Los mejores años de su vida los pasó con él. De él guardaba recuerdos imborrables. Durante toda la recuperación había estado acompañándola. No la dejó ni un momento, incluso fue alguna vez a verla cuando estuvo en Badalona. No tenía nada que reprocharle en ese sentido. Pero, Alejandra consideraba que las circunstancias habían cambiado notablemente y había que tomar esta decisión por dolorosa que fuera. Y decidió hacerlo con una pregunta, para que fuera él quien diera el paso. Ella se la puso en bandeja y él aceptó el envite. Nunca más se vieron.

Y cuentan los que la conocieron, que se casó con un ser divino, como ella. Tuvo dos tortugas preciosas y fue muy feliz. Y dicen los que saben de esta leyenda que con el tiempo llegó a ser una ninfa del Ebro. Y cuentan que, a veces, en los días apacibles, se la puede oír cantando en la orilla del río, frente al Pilar. Y si se presta un poco de atención, incluso se la puede ver bailando encima del agua. Y se rumorea que,para todos los transeúntes que pasean tristes por la orilla del Ebro, ella siempre tiene una palabra de consuelo.


                                                                       FIN

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