lunes, 31 de marzo de 2014

OCÉANO Y MARGARITA

ABRIL DESCEREBRADO


ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el cuarto cuento desarrollado con JULIÁN MENDI.



Julián Mendi


OCÉANO Y MARGARITA


Le pregunté si se estaba emocionando y ella contestó que sí, que había pasado mucho y había derramado muchas lágrimas. Nos sentamos los tres, su marido ella y yo en el sofá de madera de haya. Le dije que me contara lo que pasó y ella empezó a relatarme su historia de esta manera:
−Conocí a Océano, mi marido, en un día maravilloso. El sol brillaba en lo alto del cielo. No había ni una sola nube. Era primavera y los campos estaban en flor. Yo estaba en un alto que se llama cerro del Piskerra en las Bardenas Reales de Navarra, desde donde podía otear cualquier presa. Hoy todo aquello es un paisaje desértico, pero en aquella época era un mar al que yo iba todos los días para bañarme y cazar. Recuerdo que estaba medio dormida por el calor cuando, de repente, oí un chapoteo en el agua. Me desperté sobresaltada y allí estaba él. En un primer momento me asusté al ver allí, tan cerca de mí aquel pez tan grande pero, cuando me habló con aquella voz suya tan sensual, en ese mismo momento sentí que mi corazón se disparaba a cien, me enamoré de él. Me dijo:
−Hola, ¿tú qué eres? Yo soy un delfín natural de Valtierra, soy comunista y me gusta bailar, ¿Y tú, de dónde eres tú?
A lo que yo contesté:
− ¡Eh, eh! No tan deprisa, una pregunta detrás de otra. Yo soy un águila real y las águilas y los defines no se hablan. Pero en fin, por hoy haremos una excepción. Yo soy de Villafranca, no soy comunista pero también me gusta bailar.
A lo que él respondió:
−Pues oye, ya que a ti y a mí nos gusta bailar, ¿podríamos quedar para ir al baile? ¿Qué te parece si vamos este fin de semana a la discoteca?
A lo que yo aduje:
−No sé qué decirte, si me ven en el pueblo con un delfín se reirán de mí.
−Ya sé lo que haremos−dijo él−, me disfrazaré de águila y ya no tendrás ningún problema, ¿vale?
Y así lo hicimos y, lo pasamos tan bien que a partir de aquel domingo nos veíamos todos los días en las Bardenas Reales y los fines de semana íbamos a bailar. La gente se preguntaba en el pueblo qué clase de águila era aquella tan rara que bailaba conmigo pero, todos pensaban que venía de un país extranjero y, por lo tanto, era normal que fuese de otra especie de águilas. Con el paso del tiempo nuestro amor fue creciendo, hasta que un día, Océano me propuso matrimonio. A lo que yo contesté que no podía ser porque éramos de otra especie y, los que son de otra especie nunca pueden casarse ni tener pollitos. Entonces, él me contó que en el fondo del mar, en una cueva que hay en el barranco de las Cortinillas, vivía una bruja que se llamaba Drúsula (la morena) a la que le explicó nuestro caso y ella le contestó que nos podía ayudar, pero que eso tenía un precio y que tendríamos que firmar un contrato para asegurarse el cobro de la deuda que íbamos a contraer con ella. Yo no podía creerme aquello pero, aún así, Océano y yo quedamos un día para bajar a la cueva submarina de Drúsula. Tenía curiosidad por conocerla. Llegado el día, bajamos y, una vez en su presencia, nos dijo que el encantamiento tenía una caducidad que podía oscilar entre 15 a 20 años. Nos dijo que el precio de transformar a Océano en águila era que yo perdería mis alas cuando el encantamiento desapareciera. La vieja morena nos dijo también que siempre había deseado tener un par de alas como las mías y, si queríamos formar una familia y tener pollitos, ese sería el precio. Le dijimos que nos diese un poco de tiempo para pensarlo y después de una semana, nos presentamos los dos en su tenebrosa caverna decididos a dar el paso. De modo que firmamos el contrato que nos tenía preparado, después del cual dio de beber una pócima a Océano. Nos explicó que en el transcurso de aquella noche ocurriría el “milagro”. Ilusionados volvimos a casa y, a la mañana del día siguiente nos vimos en la cima del cerro del Piskerra como siempre pero, aquel día fue completamente diferente, porque allí donde yo siempre me ponía a tomar el sol a la espera de una presa, estaba Océano convertido en una preciosa águila real.
Después de dos años y medio de noviazgo, hicimos los preparativos para la boda pero, un buen día recibimos una carta del Ministerio del Interior del gobierno de Navarra diciéndonos que Océano tenía que hacer el servicio militar, advirtiéndonos de que si no se presentaba sería dado por prófugo y encarcelado. Así que no tuvo más remedio que ir. La realizó en el ejército del aire. Mientras tanto, nos cogimos una buhardilla en el ático de un roble en la Selva de Irati para cuando venía de permiso tener un poco de intimidad en nuestro nidito de amor... Aquel año que estuvo en el servicio militar, las cosas habían cambiado a peor en el Parque. No había caza, no había trabajo, no había nada de nada. De modo que nos propusimos emigrar a Zaragoza porque me había dicho una amiga que en el asunto laboral estaba mejor aquí. Hicimos las maletas, empaquetamos los muebles, alquilamos un águila montacargas y nos mudamos a este árbol del Parque del Actur en el cual estamos viviendo. Enseguida Océano empezó a trabajar en una empresa de cristales para gafas que se llamaba "Indo" y después, nos casamos. La celebración fue muy hermosa, la recuerdo con mucho cariño. Fue en Villafranca donde nací, rodeados de todos nuestros seres queridos, ¡ay, qué tiempos aquellos!
Los años pasaban sin sentir, la felicidad era tal que todas las dificultades pasaban sin dejar rastro en nosotros. Tuvimos dos polluelos, macho y hembra. Océano fue cambiando de trabajo pues los tiempos eran malos para todos pero, nada nos importaba con tal de estar juntos. Mientras tanto, nuestra principal afición seguía llenándonos la vida de satisfacciones. Era el baile. Nos apuntamos en una academia para aprender bailes de salón en la Estación del Norte. Estuvimos 5 años y de vez en cuando teníamos exhibiciones. En la escuela hicimos grandes amigos que, aún hoy nos vienen a ver después de todo lo que pasó. Fue un día en el que se unió la mala suerte con una serie de acontecimientos encadenados. Siempre lo recordaré, era un 30 de Mayo. A las cuatro de la tarde de un domingo. Recuerdo que aquel día teníamos una exhibición de baile precisamente. Comimos, cogimos las bicicletas porque el día era bueno para ello y pensamos que llegaríamos antes debido al tráfico aéreo. Ocurrió que, al cruzar un paso cebra de águilas en bicicleta, un dragón come fuegos chocó de frente contra Océano. El golpe lo desplazó 15 metros por el aire y fue a dar con la cabeza contra la acera. En fin, cómo explicarte el susto que me llevé. Su cuerpo estaba completamente paralizado, yo creía que había perdido a mi marido. Estuvimos en todos los Hospitales de Zaragoza pero en ninguno de ellos nos daban esperanzas de recuperar a Océano. Entonces, en aquella situación tan desesperada, una noche soñé que un hombre muy anciano que decía llamarse Gottmann desde una cueva me decía con voz susurrante: “ven a mí que yo curaré a tu marido. Ven a la montaña que yo lo sanaré”. Al día siguiente le conté a una enfermera del Hospital San Juan de Dios el sueño que había tenido y me dijo que ese anciano existía en realidad, que vivía en Badalona al pie de las montañas y era un ermitaño muy sabio… De modo que hice todos los preparativos para llevar hasta allí al padre de mis pollitos. Estaba dispuesta a todo con tal de recuperar a Océano.
Un 28 de Junio nos presentamos delante de aquel ermitaño. Tenía un aspecto venerable aunque un poco escaso de ropa, al vernos, nos dijo que nos estaba esperando. Después del sueño que tuve, no me extrañó nada. Nos dijo también que no iba a ser fácil pero, que estaba convencido de poder sanar a Océano y, que sería imprescindible mi intervención. Me busqué un arbolito de alquiler cerca de la caverna del ermitaño para poder acudir todos los días sin falta. Y así fue pasando el tiempo, en el que sufrí lo indecible viendo a mi marido en aquellas condiciones. Solo me mantenía en pie aquellas palabras de esperanza que me regaló aquel anciano nada más verlo. Poco, muy poco a poco se iban notando los efectos de la sanación de mi marido. Mi hija venía de vez en cuando para ayudarme con su padre y darme ánimos pues yo estaba muy agotada. Cada avance, cada pequeño logro suponía para mí una gran alegría y me aportaban nuevas fuerzas. A los 4 meses de estancia en Badalona, el ermitaño nos citó para la mañana del día siguiente a Océano y a mí para hablar. Nos presentamos en su caverna a la hora establecida y nos invitó a sentarnos en un palito, lo hicimos y nos dijo muy seriamente:
−Señora Margarita, ¿Usted sabe que su marido no es un águila sino que es un delfín?
Yo le contesté que sí, que lo sabía. Y me preguntó cómo lo habíamos hecho, a qué magia habíamos recurrido para transformar a Océano en un águila. Yo le conté todo. Le dije lo de Drúsula y el anciano me escuchaba con atención. Al terminar de contarle mi relato, me dijo:
−Margarita, mucho me temo que lo que hemos conseguido hasta ahora es justo devolverle a Océano su antiguo aspecto y cualidades. Ya no podemos hacer más por él porque es ahora cuando él está en su normalidad y no antes. Firmasteis un contrato del que no podéis renegar y además, no os lo aconsejo porque, al parecer, esa bruja es muy poderosa. Yo os sugiero que aceptéis las cosas tal y como están y, os invito a valorar todos estos años en los que habéis sido felices disfrutando el uno del otro. Os invito también a que valoréis la fortuna de haber tenido dos hijos preciosos fruto de vuestro amor. Y también os recomiendo que a partir de ahora, os vayáis aceptando en vuestras diferencias, que serán muchas porque sois de diferente especie. Recuerda que tú, Margarita, eres un águila real y Océano un delfín.
A lo que yo aduje:
−Si bueno pero, ¿y la memoria? Todavía no puede recordar nada de nuestro pasado.
A lo que el anciano contestó:
−Los peces tienen una memoria de pez, Margarita. Esa es su naturaleza. Anda, vuelve a tu casa con tu marido y sé feliz.

Esto fue lo último que nos dijo el ermitaño. Al día siguiente regresamos a casa y, de esta manera hemos vivido hasta hoy. Esta es mi historia. Sé que nosotros lo quisimos así pero, no puedo dejar de llorar al recordar lo felices que fuimos cuando éramos dos águilas reales normales y podíamos volar los dos juntos. Pero dígame−me preguntó Margarita después de un momento de silencio−, ¿quién es usted? A lo que yo respondí:
− ¿Su marido cree en Dios?
−Antes no pero, después del accidente no deja de rezarle…
                                                                                     

Ilustrador Angel Joven


                                                                                       FIN

2 comentarios:

  1. Impresionante relato, se me ha puesto la piel de gallina. Enhorabuena a los dos!!

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  2. Impresionante relato, se me ha puesto la piel de gallina. Enhorabuena a los dos!!

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